26 may 2019

Una cateta en Grecia (Día 9) ΈναβλαχαδερόστηνΕλλάδα



Desperté a las siete y media. Me quedé en la cama con los ojos cerrados hasta que a las ocho sonó una alarma en la calle, a continuación el móvil de Despina, los pasos de Despina corriendo hacia el teclado de la alarma. No fui yo, esta vez no fui yo. Tatsoula abrió la ventana de su habitación sin desactivarla.
Alucinante lo rápido que llamaron a Despina desde la empresa de seguridad.
A las diez nos reunimos las cuatro en la cocina a desayunar en la pesada mesa de madera que ayer estuvimos cambiando de sitio. Ahora está mucho mejor.
Nos asomamos a ver la casa de enfrente, donde según el marido de Despina, vive una actriz porno. Lleva las domingas operadas, tiene siempre las persianas bajadas, y guardaespaldas las 24 horas. El retrete portátil que se ve en la foto es para que no tengan que entrar en la casa a molestarla.
A las doce menos cuarto me levanté a cerrar la maleta. Según el pesador de maletas, se pasaba en kilo y medio del límite permitido. Va llena de chocolate y objetos varios que me han regalado.
A las doce menos cinco minutos, en una demostración de puntualidad desconocida en este país, María Christina y su marido aparecieron a recogerme en un BMW con tapicería de cuero color vainilla para llevarme al aeropuerto. No había apenas tráfico en la carretera. Tardamos un poco menos de media hora.
Niko se quedó en el coche mientras nosotras íbamos dentro con mi maleta y la caja de bombones Leonidas que me regalaron como despedida. ¿Qué habré hecho yo para merecerlos?
Facturé entre los primeros viajeros, después de una excursión de zangolotinos madrileños acompañados de sus profesores.
Después de dar una vuelta por las tiendas, fui a mirar los paneles para buscar la puerta de embarque. Nos anunciaban un retraso de una hora y cinco minutos en la salida del vuelo de Iberia.
Me senté pacientemente a esperar. 
Estuve dándole vueltas a la foto que saqué ayer mientras desayunábamos en el resort. ¿Para qué se molestan en hacer una puerta y unas escaleras que conducen a un estanque lleno de agua y piedras?
A las cuatro menos cinco apareció por la pista nuestro avión procedente de Madrid. Salieron de allí con retraso por culpa de una reparación.
Nos embarcaron a las cinco menos veinte y salimos a las cinco. 
A mi lado se sentaron dos portugueses que durmieron con la boca abierta y que no me ofrecieron ninguna anécdota sabrosa para contaros.
A mi alrededor viajaba un equipo de trabajo que tenía toda la pinta de ser del rodaje una película. Eran de varias nacionalidades. El que se sentaba delante de mí se dedicó a hacer ejercicio sin levantarse del asiento. Lo mismo se elevaba sujetando su peso sobre los brazos apoyados en los reposabrazos que hacía estiramientos. Pero el campeón fue el de mi derecha. Un verdadero profesional de los viajes. Iba perfectamente equipado con auriculares de los que suprimen en ruido externo y un antifaz de nivel.
Aterrizamos en Madrid a las siete y cinco, ya en hora española. Debió de meter la sexta el piloto porque recuperamos más de media hora del tiempo perdido en Atenas. 
Gracias a que la puerta de embarque del vuelo de Sevilla estaba justo enfrente de la salida del vuelo de Atenas no perdí la conexión. Entré la última a bordo. 
Me senté junto a una pareja que no se dirigió la palabra en todo el camino. Es lo que tiene volver medio muerto de las vacaciones.
Dos filas por delante de mí iba sentada una pareja que conozco y no veía desde hace años, tantos que no les conocía a los dos hijos que llevaban consigo. El pequeño nos dio el viaje, primero hablando sin parar y luego llorando porque se quería sentar junto a su mamá.
Aterrizamos en Sevilla con diez minutos de adelanto. 
Mi maleta no llegó a salir nunca de la cinta de equipajes. Ha decidido continuar las vacaciones por su cuenta. La de la monja sí llegó. Digo yo que será porque tiene enchufe. Y yo me pregunto, ¿no es un poco sospechosa una monja que viaja sola y con tanto equipaje? ¿Cuántos hábitos y pares de bragas necesita una monja?
El chico del mostrador de reclamaciones fue muy amable y eficaz. Me informó de que, por el momento, no hay noticias de la huida. 
Los bombones Leonidas estaban a salvo en mi mochila, por lo que no me preocupé mucho por la desaparición. Ya volverá la muy traidora. Esto le va a costar acabar en el contenedor de basura. 
Mi taxista favorito me esperaba pacientemente en la salida. Nos tomamos un refrigerio antes de emprender el camino a casa con la puesta de sol frente a nosotros.
El estómago bien, gracias.
Buenas noches desde mi casa.









No hay comentarios: