23 may 2019

Una cateta en Grecia (Día 5) ΈναβλαχαδερόστηνΕλλάδα

Hoy nos levantamos a las siete y media. Fui buena. No toqué nada hasta que María desarmó ese invento del demonio que despierta a los vecinos.
María tenía que asistir a una rueda de prensa a las diez y media en el centro de Atenas sobre los proyectos sociales que su hotel financia en la isla. 
Al pasar por la plaza Syntagma, famosa por las manifestaciones y disturbios durante los años más duros de la crisis económica, observamos las enormes manchas de pintura roja arrojada ayer contra el edificio del parlamento durante una protesta. No me he enterado bien de qué iba la cosa. Sé que se quejan porque un terrorista está en la calle tras haber matado a gente en un atentado.
Siguiendo consejo de Vivi, bajé del coche un poco antes, a la altura de la Academia de Atenas. Caminé hasta la plaza Klavthmonos para visitar la Fundación Vouros-Eutaxias. Es un palacete que sirvió de residencia a Otto, el primer rey de Grecia.
En los jardines tienen una cafetería donde sirven un excelente chocolate con sabor a frambuesa.
Me acomodé en un sofá a disfrutar de la bebida. Al rato aparecieron dos ancianas elegantes que probablemente se sientan en ese sofá todos los días a media mañana. La camarera se acercó a mí para intentar sacarme de allí. Me hice la sueca y las viejas tuvieron que aposentar sus posaderas en otro sitio que luego cambiaron por un tercero que quedó libre más tarde.
El rato de paz y silencio me vino muy bien tras cuatro días intensos.
Cuando me cansé de estar allí con las viejas, fui a dar una vuelta por los alrededores. María me llamó enseguida para recogerme en el gran coche.
Aparcamos en todo el centro de Atenas, misión imposible con un vehículo de tamaño normal.
Me llevó a dar una vuelta por el lado oscuro de la ciudad: mercado, mercadillo, tiendas siniestras. El mercado central me dio un poco de mal rollo. La carne estaba al aire, sin ningún tipo de protección o refrigeración. Vi dos manos de cerdo un poco secas y amoratadas a la venta en un mostrador.
Pasamos por otras tiendas menos siniestras y una en particular de la que se salía la mercancía. Era un local diminuto lleno hasta arriba de bolsas negras y tabales con cosas misteriosas. El dueño y los acompañantes parecían asesinos kosovares, de modo que me abstuve de sacar la foto de rigor.
Dedicamos tres horas a pasear por la zona arqueológica y turística de Atenas. Como ya la conozco de cuando estuve aquí en 2010, fue una visita rápida. 
En Monastiraki había un sujeto tirado en el suelo que no estaba muerto. Levantaba la cabeza de vez en cuando para volver a pegarla al suelo. Callejeamospor Plaka entrando en las muchas tiendas que hay por allí, pasamos por el Nuevo Museo de La Acrópolis, junto a la embajada de España, y acabamos sentadas en la terraza de una cafetería con tremendas vistas. Tengo la ligera sospecha de que estuve sentada en ese mismo local la última vez.
Todos estos días ha hecho calor, pero hoy parecía un poco más porque estaba nublado y la sensación era de bochorno.
Volvimos caminando hacia el coche, no sin parar antes en una ferretería a comprar un accesorio para una manguera. ¿Alguien necesita que le compre algo? Puedo aprovechar, porque seguro que alguna otra ferretería cae antes de volver.
Ya a bordo del gran vehículo, a las cinco menos cuarto de la tarde, recordé a María que aún no habíamos comido. Otro ejemplo del desorden que reina en este país. Como mi estómago está sensible, no me molesté en decírselo más temprano. Cuanto menos coma, mejor.
Paramos en una coctelería-cafetería-bar moderno a comer algo. Me sorprendió que nos sirvieran comida a semejante hora. Otro ejemplo del desorden que reina en este país.
Muy cansadas, volvimos a casa de María. El hermano, recién llegado del trabajo, nos hizo una visita principalmente para llevar a cabo un ataque a la nevera.
A las ocho y cuarto me metí en la ducha. Me entretuve en contar los botes que había dentro de la cabina que escupe pitorros: 7 de champú, 4 de acondicionador, 3 de gel y 1 de higiene íntima, todos ellos empezados. Aún queda sitio dentro para una persona sin ropa.
Como habíamos quedado para cenar a las nueve, salimos a las nueve y cuarto y llegamos a casa de Lika a las nueve y media. Todo normal. 
Con Lika no había coincidido nunca. Es la jefe del departamento de seguros de una gran naviera. Vive en la falda del monte Likabeto.
Para llegar a su casa tuvimos que pasar por la plaza Syntagma. Habían colocado unos pequeños andamios en la fachada del parlamento. Volvía a estar pintado completamente de amarillo, sin rastro de la pintura roja. Eso sí, los manifestantes ocupaban de nuevo la plaza. Tuvimos suerte. La policía los tenía contenidos fuera de la carretera.
Subimos a lo alto del monte, primero escalando un montón de escaleras, y haciendo el último tramo en el teleferik. Allí hay un restaurante desde cuya terraza se divisan unas vistas magníficas. Aunque no se ve bien en la foto, al fondo se encuentra la Acrópolis, y más allá El Pireo.
Cenamos muy a gusto y con poca gente alrededor. Nos cayeron cuatro gotas encima. A la quinta, los camareros vinieron a abrir unos parasoles gigantescos que nos protegieron perfectamente. La lluvia no duró mucho.
A las doce y media tomamos el teleferik de vuelta, bajamos las escaleras y depositamos a Lika cerca de su casa. Tenía que ir a cambiar el coche de sitio porque lo había aparcado en una zona de autobús escolar. Todo normal. Nosotras hoy circulamos tranquilamente siguiendo a un autobús por el carril bus. 
El gran coche nos estaba esperando unos metros más abajo. 
Pasamos por el estadio olímpico, que no es como un estadio de fútbol, sino alargado y con un extremo abierto. 
Al llegar a casa, María se fue a su despacho a terminar de ver un culebrón que está siguiendo. Esta tarde desapareció un rato. Yo pensando que estaba trabajando y ella tan feliz siguiendo su serie favorita.
Buenas noches desde Atenas.





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