15 jun 2011

Una cateta en la Gran Manzana (Nueva York, día 7)

Cinco de la mañana. Despierto. Seis y media de la mañana. Despierto. Mi yo interior y mi yo de fuera mantienen una lucha a brazo partido y me tienen hecha polvo. Entre eso y el catarro de garganta, me levanté hecha unos zorros. Patricia no me hizo ni puñetero caso y se quedó durmiendo hasta las siete y media. Yo estuve jugando con mi iPad mientras tanto.
Bajamos a desayunar a las ocho y media. Estaba el comedor a rebosar de españoles.
Salimos a la calle a las nueve. La entrada del hotel parecía la puerta de El Corte Inglés de Preciados. Todos españoles por los alrededores.
Tomamos el metro hasta Brooklyn, y atravesamos el puente a pie hacia Manhattan.
Aprovecho el momento para explicaros por qué Manhattan se llama Manhattan. Un holandés muy listo que se llamaba Peter Minnewit les compró a los indios una isla llamada Mana-ha-ta con baratijas por valor de unos 24 dólares. Esa es toda la historia.
El puente está en obras. Ahora están trabajando en la mitad más cercana a Brooklyn. El paso peatonal y de bicicletas está situado sobre el de vehículos, con el suelo de madera.
Spiderman nos observaba subido a uno de los cables de acero.
Al llegar a Manhattan nos sentamos un momento a descansar en una placita y tomamos el metro hasta Grand Central Station. En una de las estaciones subió un pandillero negro con un brazo y la nariz ensangrentados. Se sentó enfrente de nosotras. Lo que más parecía preocuparle es que habían caído gotas de sangre en sus zapatillas de deporte moradas.
Bajamos en Grand Central Station y caminamos por la calle 42 hasta los edificios de la ONU. Pasamos por el edificio del Daily News. En el interior, Clark Kent correteaba detrás de Lois Lane.
El edificio alto de las Naciones Unidas está en obras. Lo han dejado en el esqueleto de la mitad hacia abajo. Nos acercamos a sacarnos fotos con la escultura de la pistola con el cañón hecho un nudo, regalo de Luxemburgo a la institución.
Al desandar el camino andado, paramos en el Chrysler Building, otro de mis edificios favoritos. El dueño de la marca de coches lo mandó construir en los años 20. La aguja art decó representa el radiador de un choche. Sólo se puede visitar el vestíbulo.
Tomamos el metro de nuevo en Grand Central Station y fuimos hasta Times Square. Entramos en varias tiendas de aparatejos en busca del encargo extraño de este viaje. Tengo que comprar un telémetro. En una de las tiendas me preguntaron si era para jugar al golf. No, es para matar a distancia. La persona que me ha hecho el encargo no es violenta, es que le gusta ir de cacería. Bueno, una vez quiso matar a su jefe y se tuvo que conformar con darle un puñetazo a la pared, rompiéndose la mano. Pero eso no se lo tenemos en cuenta porque, ¿quién no ha querido matar a su jefe alguna vez?
Subimos un momento al hotel y buscamos en internet algún sitio en los alrededores donde sirvieran la tarta de queso que ayer no pudimos probar. Como dice Patricia, fuimos hasta Sebastopol en su busca y resulta que a unos metros del hotel existe un restaurante típico americano donde la especialidad es esa tarta. Allá fuimos a comer, detrás del Paramount. Es el sitio donde las fans de Frank Sinatra en blanco y negro lloraban y gritaban cuando entraba a actuar el cantante. Ahora el local está ocupado por el Hard Rock Café.
Volviendo a la comida, estos días casi siempre estamos compartiendo plato, porque sirven unas raciones brutales. Hoy se nos fue un poco la olla y pedimos uno cada una con la intención de compartir los dos. Lo de la izquierda es medio sándwich de pastrami, típico neoyorquino. Lo de la derecha es un bagel con salmón y queso de untar. Es típico judío. Comimos con música de crooners de fondo. Frank Sinatra, Dean Martin, Harry Connick Jr. Un crío sentado con sus padres comió un perrito caliente de un tamaño descomunal acompañado de patatas fritas.
Al salir de comer nos dirigimos hacia la Quinta Avenida cruzando por la calle 44, donde están el New York Yacht Club, el Harvard Club of New York y el Hotel Algonquin. Aquí era donde Dorothy Parker y su círculo vicioso celebraban sus tertulias.
Estuvimos viendo los escaparates de las tiendas caras de la Quinta Avenida. Cartier ocupa un edificio entero en una esquina.
Entramos en la iglesia de Santo Tomás, de estilo gótico francés. Es de principios del siglo XX. También le hacen falta 300 años para alcanzar el nivel de grandeza, ya que apunta maneras. El retablo profusamente esculpido es alucinante, lo mismo que las vidrieras laterales.
Empezó a llover cuando llegábamos al MOMA (Museo de Arte Moderno). Cierra los martes, pero lo que a nosotras nos interesaba realmente era la tienda del museo, cargada de objetos originales e interesantes.
Al salir de allí, fuimos andando hasta Bloomingdale’s, unos grandes almacenes elegantísimos en la tercera avenida. Allí fue donde Patricia pasó a ser un caso irrecuperable. Nos abordó una dependienta negra y nos llevó a la zona de cosmética, donde otra dependienta la sentó en una silla y le hizo un lavado de cara con productos de la casa Borghese.
Bloomingdale’s es la tienda que da esas bolsas marrones de papel tan curiosas.
Salimos de la tienda sobre las seis de la tarde. Tomamos el metro hacia Times Square y nos acercamos a Junior’s, el restaurante de esta mañana, a comprar la tarta de queso que no nos cupo en el cuerpo después del sándwich de pastrami y el bagel de salmón.
Nos pararon en un semáforo dos canis de Cádiz preguntando dónde podían encontrar un centro comercial, que acababan de llegar y no sabían a dónde ir. Yo es que alucino con la gente. Salen por el mundo a lo loco.
Patricia cumplió su último capricho neoyorquino. Eso que se ve en la foto es ella paseando en pijama junto a Times Square.
Nos comimos la deliciosa tarta de queso con frambuesas y empezamos a preparar el equipaje. El mío fue cosa de minutos, porque vine con la maleta casi vacía y no he comprado prácticamente nada. Lo de Patricia ya es otra cosa. Sudaba intentando colocarlo todo dentro de su maleta. ¡Lo que ha comprado esta mujer! Ya lo digo, la voy a devolver irrecuperable.
Ya no nos queda nada por visitar y hemos visto casi de todo. Nos ha faltado ver un coche de policía con dos policías dentro comiendo donuts y una persecución policial con o sin tiroteo. Estuvimos tentando a la suerte en Harlem pero no se dio la ocasión. Lástima.
Hemos visto jovencitas comprando los trajes para su fiesta de graduación, mendigos como los que salen en las películas pero sin carro de la compra, una señora con un gorro de ducha en la cabeza para protegerse de la lluvia, yuppies de Wall Street, gente de todas las razas, colores de pelo y peinados.
Buenas noches desde Nueva York.

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