18 jun 2011

Una cateta en la Gran Manzana (Nueva York y Washington, día 10)

Hoy ya nos hemos dado a la poca vergüenza y nos hemos levantado a las ocho menos cuarto. Bajamos a desayunar con los trescientos norteamericanos que ocupan el hotel. Hoy hice un estudio profundo de las cosas que desayunan. En el recipiente donde normalmente te encuentras huevos revueltos había huevos revueltos con hierba en viruta, tacos de jamón y creo que zanahoria. Había un recipiente con una salsa cremosa. Probé una esquinita con el dedo y sabía a cualquier salsa que le echas a la carne a la hora de comer. Impropio de un desayuno. Unos sobres contenían esa papilla de gachas que comen y que tiene aspecto de vómito. No sabía yo que se podía guardar en polvo para disolver en agua.
Las máquinas de hacer gofres estaban funcionando sin parar. Una señora comía una tostada de mantequilla de cacahuete. Y había scones. Me enganché a ellos en Inglaterra y son difíciles de encontrar en España, así que desayuné scones con mantequilla y mermelada, algo de fruta insípida y tiras de tostada francesa. A la vuelta voy a necesitar un tratamiento intensivo de legumbres con agua del grifo.
No sé los litros de Coca Cola que he bebido desde que llegué. Muchos de ellos de Coca Cola de cereza, que me encanta. Hasta Pepsi he bebido, que yo no bebo Pepsi.
A las diez por fin salimos del hotel. Estupenda temperatura. Caminamos hasta la puerta del Ford’s Theater, donde se cargaron a Lincoln. Lo repito por si alguno no estuvo atento ayer.
Nos cruzamos con un soldado vestido de combate. No lo entiendo. ¿Por qué tienen que ir de camuflaje con las botas amarillas por la calle?
Allí tomamos el bus turístico hasta el Smithsonian Museum of Air and Space. Es un edificio enorme situado en el Mall. Enorme tenía que ser para contener la cantidad de aviones, misiles y naves espaciales que hay allí dentro. Hay aviones de todas las épocas: los de los locos que se estrellaban contra el suelo, uno de los aviones de Amelia Erhardt, el Spirit of St. Louis con el que Lindberg cruzó el Atlántico en 1927, aviones de combate de las dos guerras mundiales, los primeros aviones de pasajeros y partes del fuselaje de los aviones actuales. Motores de todas las épocas.
En cuanto a naves espaciales, el Apolo XI, las naves Soyuz y Apolo acopladas, un vehículo lunar, un telescopio Hubble, un misil Tomahawk, varios enormes misiles soviéticos.
En la tienda del museo hay una zona dedicada a Star Trek. Venden las orejas postizas del Sr. Spock. Casi te las compro, Marta. Otra zona dedicada a la Guerra de las Galaxias. Nos encontramos con Yoda, que se me subió a la chepa y no sabía cómo quitármelo de encima.
Tuvimos ocasión de tocar una piedra lunar.
Ni rastro de españoles. Si estuviéramos en Fayetteville, Arkansas, todavía lo entendería, pero es que estamos en la capital, señores.
Tomamos de nuevo el autobús y casi morimos de una insolación. Nos tuvieron un rato largo en una parada, en el piso superior descapotable, con un sol de justicia. Que a nadie se le ocurra hacerlo en Agosto. Muerte segura. Llegamos al cementerio de Arlington con la tensión por los suelos.
Por el camino vimos a lo lejos la catedral de Washington, construida sobre una loma, donde Cristo perdió la alpargata. Como curiosidad, una de las gárgolas tiene la cara de Darth Vader. Estas cosas sólo se les ocurren a los americanos.
Bastante calor en Arlington. Caminamos por entre los cientos de lápidas blancas de soldados de las guerras de Corea y Vietnam hasta llegar a la tumba de Kennedy. Está enterrado con su mujer y dos hijos que les murieron al nacer. Cerca están sus hermanos Edward y Bobby, con unas modestas cruces blancas sobre sus tumbas. Otra de las cosas interesantes de ver en Arlington es el Iwo Jima Memorial. Es la estatua que representa a unos marines levantando la bandera americana durante la batalla de Iwo Jima. Estaba a bastante distancia de donde nos encontrábamos, con colinas de por medio. Decidimos renunciar a la visita para salvar nuestras vidas de un posible jamacuco.
Mientras esperábamos la llegada del autobús, fuimos testigos de parte de un funeral militar. Apareció un carro tirado por seis caballos negros. En el carro, un ataúd cubierto con la bandera americana. De un autobús se bajaron varios militares que formaron un cortejo detrás del carro. Lástima que llegó el autobús y no pudimos ver el final.
Nada más subir a bordo, el conductor del autobús nos advirtió que íbamos a pasar por el Pentágono, donde las fotografías están totalmente prohibidas. Hacía unas horas se había producido una amenaza de ataque por parte de un chiflado. Pasamos por el costado del edificio donde se estrelló el avión del 11 de Septiembre. Ya está restaurando, pero se ve perfectamente la diferencia de color de la piedra.
Llegamos al Pentagon Shopping Mall donde comimos pizza, que era lo más normal que tenían para comer. Luego tuvimos que ir de compras, qué remedio. No habremos visitado todos los museos, pero los probadores de toda la costa este han quedado vistos.
He estado muy pendiente estos dos días de la gente que pasaba por la calle, por si acaso nos encontrábamos con los Urdangarines, pero no hemos coincidido. Parece que con Mark Vanderloo ya cubrimos el cupo de famoseo.
Por fin encontré las Nike que llevaba buscando desde el primer día, a mitad de precio que en España. El último grito en zapatillas de deporte son unas con dedos. La primera vez que las vi fue en Londres, hace año y medio. Iba caminando por el puente de Westminster cuando noté un ruido a mi espalda, como si viniera un pato hacia mí. Me volví y me encontré con un tío corriendo con esos chismes. Me dan un poco de grima. Me probé unas, pero como llevaba calcetines sin dedos no me enteré bien de cómo era aquello.
A las seis y media tomamos de nuevo el autobús hasta Union Station, con un transbordo en un sitio donde estuvo lloviendo a cántaros un rato. Un vagabundo se nos sentó delante como si estuviera en el salón de su casa. Casa que no tiene.
En Union Station entramos a comprar los billetes de tren para mañana. Nos atendió un hispano apellidado Valenzuela, pero con aspecto de norteamericano. Fue muy amable.
Volvimos al hotel caminando, a unos diez minutos de distancia. Hemos cenado algo de fruta porque nos comimos un helado monumental mientras esperábamos el autobús en Pentagon City. Estamos en nuestras respectivas camas gigantes a punto de morir.
Patricia dice que ha pasado al nivel inmediatamente superior al agotamiento, que no sé cómo se llama pero que existe porque yo también lo estoy sufriendo. Necesitamos unas vacaciones. Va a ser muy divertido el lunes.
Buenas noches desde Washington DC

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