Hoy ya nos hemos dado a la poca vergüenza y nos hemos levantado a las ocho menos cuarto. Bajamos a desayunar con los trescientos norteamericanos que ocupan el hotel. Hoy hice un estudio profundo de las cosas que desayunan. En el recipiente donde normalmente te encuentras huevos revueltos había huevos revueltos con hierba en viruta, tacos de jamón y creo que zanahoria. Había un recipiente con una salsa cremosa. Probé una esquinita con el dedo y sabía a cualquier salsa que le echas a la carne a la hora de comer. Impropio de un desayuno. Unos sobres contenían esa papilla de gachas que comen y que tiene aspecto de vómito. No sabía yo que se podía guardar en polvo para disolver en agua.
No sé los litros de Coca Cola que he bebido desde que llegué. Muchos de ellos de Coca Cola de cereza, que me encanta. Hasta Pepsi he bebido, que yo no bebo Pepsi.
A las diez por fin salimos del hotel. Estupenda temperatura. Caminamos hasta la puerta del Ford’s Theater, donde se cargaron a Lincoln. Lo repito por si alguno no estuvo atento ayer.
Nos cruzamos con un soldado vestido de combate. No lo entiendo. ¿Por qué tienen que ir de camuflaje con las botas amarillas por la calle?
En cuanto a naves espaciales, el Apolo XI, las naves Soyuz y Apolo acopladas, un vehículo lunar, un telescopio Hubble, un misil Tomahawk, varios enormes misiles soviéticos.
Tuvimos ocasión de tocar una piedra lunar.
Ni rastro de españoles. Si estuviéramos en Fayetteville, Arkansas, todavía lo entendería, pero es que estamos en la capital, señores.
Tomamos de nuevo el autobús y casi morimos de una insolación. Nos tuvieron un rato largo en una parada, en el piso superior descapotable, con un sol de justicia. Que a nadie se le ocurra hacerlo en Agosto. Muerte segura. Llegamos al cementerio de Arlington con la tensión por los suelos.
Por el camino vimos a lo lejos la catedral de Washington, construida sobre una loma, donde Cristo perdió la alpargata. Como curiosidad, una de las gárgolas tiene la cara de Darth Vader. Estas cosas sólo se les ocurren a los americanos.
Mientras esperábamos la llegada del autobús, fuimos testigos de parte de un funeral militar. Apareció un carro tirado por seis caballos negros. En el carro, un ataúd cubierto con la bandera americana. De un autobús se bajaron varios militares que formaron un cortejo detrás del carro. Lástima que llegó el autobús y no pudimos ver el final.
Llegamos al Pentagon Shopping Mall donde comimos pizza, que era lo más normal que tenían para comer. Luego tuvimos que ir de compras, qué remedio. No habremos visitado todos los museos, pero los probadores de toda la costa este han quedado vistos.
He estado muy pendiente estos dos días de la gente que pasaba por la calle, por si acaso nos encontrábamos con los Urdangarines, pero no hemos coincidido. Parece que con Mark Vanderloo ya cubrimos el cupo de famoseo.
En Union Station entramos a comprar los billetes de tren para mañana. Nos atendió un hispano apellidado Valenzuela, pero con aspecto de norteamericano. Fue muy amable.
Volvimos al hotel caminando, a unos diez minutos de distancia. Hemos cenado algo de fruta porque nos comimos un helado monumental mientras esperábamos el autobús en Pentagon City. Estamos en nuestras respectivas camas gigantes a punto de morir.
Patricia dice que ha pasado al nivel inmediatamente superior al agotamiento, que no sé cómo se llama pero que existe porque yo también lo estoy sufriendo. Necesitamos unas vacaciones. Va a ser muy divertido el lunes.
Buenas noches desde Washington DC
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