10 may 2015

Una cateta en Boston, Massachussets (Día 2)

A las tres de la mañana desperté después de siete horas seguidas durmiendo no profundamente por culpa de los miles y miles de coches de bomberos y ambulancias que pasaron por debajo de mi ventana. Llegué a pensar que estaban prendiendo fuego a todo Boston y a preguntarme si quedaría algo en pie por la mañana para visitar. Las ambulancias de aquí son como camiones. Cuando vas por la calle y tocan la sirena de repente, te infartan.
Di mil vueltas, me puse a chatear por Whatsapp, volví a intentar dormir, estuve a punto de beberme el medio litro de Jack Daniels para entrar en coma, fui al baño, volví a chatear, saqué una foto desde mi ventana para colgarla en Facebook, y por fin dormí un rato más.
Dijo García Márquez en cierta ocasión que el jet lag son los tres días que tarda tu alma en reunirse contigo, porque ésta no viaja en avión. Entonces, ¿puedo decir que soy una desalmada?
A las seis decidí que era una hora suficientemente prudente para levantarme definitivamente. Me duché con tranquilidad y me senté en la cama a escribiros. El enchufe adaptador que traigo es el mismo que casi me mata de un corrientazo en Montreal cuando se quedó una parte pegada a la pared y tuve que sacarla utilizando una navaja y un cortaúñas. He soldado las dos partes calentándolas con una aguja caliente. Una obra de arte.
A las nueve, bien abrigada porque hacía fresquete, salí a la calle. Me compré un donuts sin agujero cubierto de chocolate y relleno de crema en Dunkin Donuts y me lo fui comiendo por la calle camino de Boston Common, el parque público en el centro de la ciudad desde donde parte el Freedom Trail. Este es una ruta de cuatro kilómetros que pasa por dieciséis lugares importantes para la historia de los Estados Unidos, ya que aquí se fraguó la independencia del país. El camino es fácil de seguir porque está marcado en el suelo por dos líneas rojas bien de ladrillo o bien pintadas, con placas de bronce de vez en cuando.
De tanto mirar para el suelo me di cuenta de que está limpio limpísimo. No hay colillas, ni caca de perro, ni papeles, ni nada de nada. Impoluto. ¿Y la gente? Son amables e hiper educados. Te rozan al cruzarse contigo y te están pidiendo disculpas al segundo. Si, sin querer, te impiden el paso en la acera, se apartan inmediatamente y te piden perdón. Te sonríen todo el tiempo. Incluso en un semáforo una chica me miró y me dijo que le encantaban mis gafas.
Casi no hay gordos, visten bien y huelen bien. Los pocos gordos que he visto eran gordos de verdad, de los que se sientan delante de la tele con una lata de cerveza de medio litro y una bolsa de fritos barbacoa grande como una funda de almohada. Ayer me encontré en Macy’s con tres negros de ciento cincuenta kilos vestidos con ropa de deporte tres tallas más grande que ellos y esos chismes que llevan en la cabeza que parece que les han robado las medias negras a las madres. Sin embargo, por lo general, la gente tiene aspecto europeo y hablan un inglés perfectamente comprensible, sin chicle en la boca.
El Freedom Trail pasa por jardines, cementerios, edificios representativos del siglo XVIII, iglesias y monumentos. Lo de los cementerios es la pera porque están en mitad de la población. En uno de ellos las lápidas están dañadas porque los soldados ingleses de la época las utilizaron como dianas en prácticas de tiro.
La zona que más me gustó del camino fue el barrio italiano. Es de película. Había unos señores mayores sentados a la entrada de un bar gritando a otros en la acera de enfrente. El acento era exactamente igual que el de los gangsters italianos del cine. Por supuesto, era la zona más ruidosa y animada del trayecto.
Entré en Mike’s Pastry, la pastelería donde se hacen los cannoli más famosos de Boston. Lástima que no era hora de dulce. Además, eran de un tamaño descomunal.
En la época colonial, el barrio italiano estaba separado del resto de Boston por un estuario que ya no existe. Esta separación física potenciaba las rencillas entre ambos lados, de tal manera que cada 5 de noviembre, coincidiendo con la celebración del día del Papa, cada bando sacaba a pasear una imagen del Pontífice, encontrándose en los jardines de Boston Common donde iniciaban una "batalla" para capturar la imagen del contrario. Cuando ganaban los italianos, quemaban al pobre Papa de madera. Una práctica y un comportamiento muy religiosos.
La primavera ha explotado con ganas en Massachussets. Hay jardines llenos de tulipanes y los vecinos plantaban flores en sus jardineras aprovechando el día de sol. La casa de madera más antigua que se ve en la foto es la de Paul Revere, un famoso patriota.
Freedom Trail termina en Bunker Hill, Charlestown, tras cruzar el río Charles por un puente metálico que tiene toda la pinta de ir a caerse cualquier día. Allí tuvo lugar una batalla que acabó con la derrota de los patriotas contra los ingleses en 1775. A pesar de ello, se conmemora porque los ingleses no quedaron muy bien parados tampoco y ello dio moral a los independentistas.
Charlestown es un remanso de paz. Sólo hay casas de dos plantas, de madera o de ladrillo rojo, con jardines muy cuidados y familias sonrientes por la calle.
Una de las grandes atracciones del Freedom Trail es la visita al USS Constitution, una fragata de la armada botada en 1779. Al cruzar el río ya me di cuenta de que no estaba atracada en su sitio. Luego me enteré de que está en astillero para ser restaurada.
Volví sobre mis pasos hasta el hotel a descansar un rato. Me compré una Coca Cola de cereza y unos Pringles en un 7-eleven y puse los pies en alto un rato. Cuando me encontré con fuerzas de nuevo inicié el camino hacia Seaport District, al que se llega caminando atravesando el barrio financiero lleno de rascacielos y otro puente donde está el Boston Tea Party Ship and Museum. Sí, lo del Tea Party empezó aquí hace muchos años, cuando los colonialistas se levantaron contra los ingleses por los impuestos sobre el té y quemaron varios barcos atracados en el puerto.
Desde Seaport District hay una vista estupenda de Boston. Pedí que me sacaran una foto como prueba de viaje, que siempre hay alguien que dice que estoy escondida en casa y me lo invento todo.
Algunos aborígenes andaban en pantalón corto y camiseta. No había más de 15 grados. Cierto es que lo del frío es muy relativo. Cuando has pasado el invierno a 20 grados bajo cero con nieve hasta la rodilla, esto tiene que ser tropical.
En la zona hay un museo infantil. Estaba lleno de niños haciendo actividades varias, como romper enormes cubos de hielo con martillos de madera o rodear estatuas de mármol con cintas de colores. Aquello era un campo de batalla.
Volví a cruzar el puente y fui hasta Beacon Hill, que como su nombre indica es una colina que subes y bajas para visitar las preciosas calles estrechas con casas de ladrillo rojo y jardineras llenas de flores. Antiguamente las calles eran empedradas. Hoy sólo queda un trozo simbólico en una placita.
Desde allí fui a visitar Cheers, el bar donde se rodó la famosa serie de televisión.
Empezó a hacer un poco de calor, suficiente para quitarme el cortavientos y quedarme con el forro polar encima. La población autóctona iba en camiseta de tirantes y sandalias.
Bajé hasta las calles comerciales de Newbury y Boylston abarrotadas de gente guapa comprando compulsivamente. Yo nada de nada. Entré en el Apple Store a comprar un Apple Watch que me encargó Carmen y a tomar nota de los precios para Karin, la presidenta de WISTA. Nuestro gozo en un pozo. Te dejan jugar con ellos para luego decirte que sólo están a la venta a través de la web.
Cansada de ver tiendas y no comprar nada fui a sentarme en una terraza frente al Hancock, un rascacielos de 60 plantas al que antes dejaban subir para disfrutar de las vistas. Desde el atentado de las Torres Gemelas el mirador está cerrado. Podéis ver en la imagen el contraste entre lo clásico y lo moderno, que se da con frecuencia en Boston.
Anduve hasta la calle Washington, otra zona de tiendas que ya visité ayer. Eché un nuevo vistazo sin ningún éxito para mí pero sí para Juan, que me había encargado dos monedas de dólar de platay que encontré en una tienda para coleccionistas de cromos y monedas.
A las seis de la tarde yo no era yo. Compré una mega ensalada y me la llevé al hotel, donde por fin pude quitarme los zapatos.
Aguanté como una campeona sin acostarme hasta las nueve y media, hora en la que claudiqué.
Buenas noches desde Boston, Massachussets.


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