Desperté a las cinco y media. Me complace
compartir con vosotros la noticia de que los obreros de la construcción también
trabajan los sábados.
Me di una ducha y me senté a escribiros
porque ayer fui incapaz.
Pasó por el Hudson un barco de pasajeros. Quedé
tan embobada que no me acordé de sacarle una foto.
Me puse mis nuevos Levi’s y mis nuevas Nike
porque, según acordamos ayer, la reunión de hoy iba a ser en vaqueros.
A las ocho nos reunimos en el hall del
hotel las miembros del comité ejecutivo y varias presidentas de países WISTA
para ir al edificio Chrysler en Lexington Avenue. Alex pidió un coche
por Uber. Nos mandaron un camión.
El conductor nos llevó por debajo del
puente de Brooklyn y luego bordeando el East River.
No puedo expresar la emoción que sentí al
pasar todo el día en mi edificio favorito del mundo mundial, en las oficinas de
Blank Rome. Me encanta, me encanta, me encanta. Desde las gárgolas a los
detalles art decó del hall y de los ascensores.
Desayunamos otra vez en plan bollería para
ponernos gordas. Comenzamos la reunión a las nueve menos cuarto. Había muchas
caras de sueño y voces roncas alrededor de la mesa.
Mantuvimos una reunión de dos horas con las
representantes de los países. Una vez se despidieron, comenzamos un
análisis SWOT con una especialista. Es una herramienta para intentar mejorar el
funcionamiento de una organización. Fue muy interesante.
La gente de esta oficina debe de tener muy
mal aliento. En los baños tienen un bote de enjuague bucal para uso de
los empleados.
Comimos a la una sin interrumpir la reunión
para no perder tiempo.
Nos trajeron el café del Starbucks de la
esquina en un recipiente de cartón. Hay un Starbucks en cada esquina y
uno en cada edificio importante de oficinas. Por las mañanas todo el mundo
lleva las dos manos ocupadas, una con un vaso de Starbucks y la otra con el
móvil.
Hice una exhaustiva investigación para ver
si los bufetes de abogados de Nueva York son como los de las películas. Lo son.
Lástima que hoy estuviera vacío por ser sábado.
Encontré una ventana desde la que se veían
las gárgolas del edificio. Emoción, emoción.
Casi mato a Jeanne porque olvidó en casa la
tarjeta de acceso a las plantas superiores. Podría haber tocado con mis propias
manos la flor de acero inoxidable.
Karin, Jeanne, Tosan y yo cruzamos a Grand
Central Station, donde se comieron unas ostras en el Oyster Bar. Yo
preferí seguir sin saber a qué sabe una ostra.
Tosan va así de abrigada no porque hiciera
frío, sino porque es nigeriana.
A las siete y media echamos a andar hacia
la calle 46 con la avenida 8, donde nos esperaba Alex para cenar en Don’t tell
mamma, un piano bar con una pianista rancia a la que luego cambiaron
por un negro con mucha marcha que a veces cerraba los ojos y hacía como si
fuera Ray Charles.
Alguna se bebió hasta el agua de los
floreros y acabó cantando en el escenario micrófono en mano.
A la una nos echaron de allí. Volvimos en
taxi con un tráfico horrible por Times Square, donde los anuncios de neón hacen
que parezca de día.
En el hall del hotel había un negro de
uniforme pidiendo a todo el que entraba que le mostrara la llave de la
habitación para dejarnos pasar.
Buenas noches desde Manhattan.
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