14 may 2015

Una cateta en Nueva York (Día 6)

Seis y media. Así sí. Me arreglé y os estuve escribiendo. Ayer llegué tan derrotada que fui incapaz de encender el ordenador.
A las nueve y media cerré el equipaje y dejé el hotel. Tomé el metro cerca del hotel hasta Fulton Street. Al subir a la calle sólo tuve que girar una esquina para llegar al hotel Hilton Millenium, donde tengo reservada habitación para asistir a la conferencia anual de WISTA USA y a la reunión de primavera del comité ejecutivo de WISTA Internacional. Casi entro con maleta y todo en Century 21, la tienda de seis pisos donde venden gangas. Está en la acera del costado del hotel.
Mi habitación no estaba lista, así que les dejé el equipaje y fui a dar un paseo. Lo primero fue ir a presentar mis respetos a 9/11 Memorial delante del hotel. Siguen construyendo los rascacielos que sustituirán a las Torres Gemelas. En el mismo centro hay dos fuentes con los nombres de las víctimas grabados. Impresiona mucho.
Desde allí atravesé hasta la orilla del Hudson para bajar paseando hasta Battery Park a saludar a Miss Liberty. Había montones de turistas yendo y viniendo de los ferrys que cruzan a la Isla de Ellis y Liberty Island, donde está la estatua. Hoy bajó la temperatura al menos diez grados, y soplaba algo de viento. La travesía no debía de ser muy agradable.
Pasé por el monumento homenaje a los marinos mercantes, que no conocía. Luego subí por Broadway hasta el toro de Arturo di Modica. Imposible sacarle una foto. Estaba rodeado de coreanos tocándole los testículos. Parece que se ha puesto de moda retratarse así.
Delante del museo de los indios americanos había un grupo de personas en plena meditación. Si te unías a ellos te regalaban una camiseta amarilla. Entré en Wall Street  donde había más meditadores sentados con las piernas cruzadas en la escalinata del Federal Hall.
Pasé por Trinity Church. Es curioso ver un cementerio en mitad de Broadway.
Volví al hotel a tomar posesión de mi habitación. En el hall me encontré con Sanjam, su hermana Sumi y su hijo, que llegaban desde la India después de 16 horas de viaje. El niño miraba al frente con los ojos vidriosos y su madre y su tía casi lo mismo. No pudieron pegar ojo en el avión porque vinieron rodeados de estudiantes ruidosos.
En el ascensor coincidí con una miembro de WISTA California. Aunque parece ser que nos conocimos en Atenas hace cinco años, no me acordaba de ella en absoluto.
Cuando crees que lo has visto todo y que nada más te va a impresionar, te sorprendes con cosas como la espectacular vista desde mi habitación en el piso 26.
Vacié la maleta, cosa que no había hecho desde que la hice hace dos lunes. He ido sacando la ropa que iba a ponerme cada día, perfectamente estibada en orden cronológico para no tener que sacar nada del fondo. Tuve que ponerme a planchar. Encendí la tele. Estaban dando la noticia del descarrilamiento de un tren en Filadelfia. Es el que hace la misma ruta que tomé yo el lunes para llegar a Nueva York, desde donde continuaba hasta Washington.
Bajé a la calle a picar algo, di otro paseo por Broadway contemplando los edificios y volví con una Coca Cola de cereza con la intención de quedarme el resto de la tarde en la habitación descansando para estar mañana al cien por cien. Una mierda. Me llamó Alex, la presidenta de WISTA USA, para que subiera a la calle 48 inmediatamente a reunirme con ella y otras miembros de WISTA que habían quedado para cenar a las seis.
Me duché aprisa y corriendo, cambié la ropa de turista por algo más elegante y salí disparada. En el ascensor coincidí con dos grecoamericanas que habían recibido las mismas órdenes que yo. Fuimos en metro. Sólo llegamos quince minutos tarde. Yo no pude cenar porque había comido bastante tarde.
Aunque éramos 13 a la mesa, no pasó nada. Después de estar cinco días sin hablar español con nadie, pude charlar un rato con Michelle, una cubana que viste siempre de Chanel y tiene un marido de bolsillo.
El restaurante era griego. A la mesa había cuatro griegas y una chipriota. Tiene gracia venir hasta Nueva York para comer como en casa.
Antes de los postres Alex se levantó y se despidió de todas. Me agarró del brazo y me llevó en taxi de vuelta al hotel porque quería comentar en privado algunos detalles de la conferencia. Subimos a su habitación en el piso 47. El ascensor subía a la velocidad del viento. Sonaba de verdad como si hubiera mucho viento. Los pisos altos tienen su propio ascensor para subir más rápido.
Al cabo de un rato fueron apareciendo Jeanne, Parker y Karin, recién aterrizada de Amsterdam.
Alex pidió la cena al servicio de habitaciones. Se le fue un poco la mano con la cantidad.
Estuvimos charlando y riéndonos hasta las once y media.
Os estoy escribiendo desde una butaca frente a la ventana. Creo que voy a dejar las cortinas abiertas toda la noche.
Buenas noches desde Manhattan.






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