A las nueve y media cerré el equipaje y
dejé el hotel. Tomé el metro cerca del hotel hasta Fulton Street. Al subir a la
calle sólo tuve que girar una esquina para llegar al hotel Hilton Millenium,
donde tengo reservada habitación para asistir a la conferencia anual de WISTA
USA y a la reunión de primavera del comité ejecutivo de WISTA Internacional.
Casi entro con maleta y todo en Century 21, la tienda de seis pisos donde
venden gangas. Está en la acera del costado del hotel.
Desde allí atravesé hasta la orilla del
Hudson para bajar paseando hasta Battery Park a saludar a Miss Liberty. Había montones de turistas yendo y viniendo de los ferrys que cruzan a la
Isla de Ellis y Liberty Island, donde está la estatua. Hoy bajó la temperatura
al menos diez grados, y soplaba algo de viento. La travesía no debía de ser muy
agradable.
Pasé por el monumento homenaje a los
marinos mercantes, que no conocía. Luego subí por Broadway hasta el
toro de Arturo di Modica. Imposible sacarle una foto. Estaba rodeado
de coreanos tocándole los testículos. Parece que se ha puesto de moda retratarse
así.

Pasé por Trinity Church. Es curioso ver un
cementerio en mitad de Broadway.
En el ascensor coincidí con una miembro de
WISTA California. Aunque parece ser que nos conocimos en Atenas hace cinco
años, no me acordaba de ella en absoluto.
Vacié la maleta, cosa que no había hecho
desde que la hice hace dos lunes. He ido sacando la ropa que iba a ponerme cada
día, perfectamente estibada en orden cronológico para no tener que sacar nada
del fondo. Tuve que ponerme a planchar. Encendí la tele. Estaban dando la
noticia del descarrilamiento de un tren en Filadelfia. Es el que hace la misma
ruta que tomé yo el lunes para llegar a Nueva York, desde donde continuaba
hasta Washington.
Me duché aprisa y corriendo, cambié la ropa
de turista por algo más elegante y salí disparada. En el ascensor coincidí con
dos grecoamericanas que habían recibido las mismas órdenes que yo. Fuimos en
metro. Sólo llegamos quince minutos tarde. Yo no pude cenar porque había comido
bastante tarde.
Aunque éramos 13 a la mesa, no pasó nada. Después de estar cinco días sin hablar español con nadie, pude
charlar un rato con Michelle, una cubana que viste siempre de Chanel y tiene un
marido de bolsillo.
El restaurante era griego. A la mesa había
cuatro griegas y una chipriota. Tiene gracia venir hasta Nueva York para comer
como en casa.
Al cabo de un rato fueron apareciendo
Jeanne, Parker y Karin, recién aterrizada de Amsterdam.
Alex pidió la cena al servicio de
habitaciones. Se le fue un poco la mano con la cantidad.
Estuvimos charlando y riéndonos hasta las once y media.
Buenas noches desde Manhattan.
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