11 may 2015

Una cateta en Boston, Massachussets (Día 3)


Abro un ojo y miro el reloj que hay en la mesilla de noche, que además de reloj es un reproductor para iPod, y veo que son las 03:45 hrs. Maldita sea mi estampa. Doy media vuelta y me ordeno dormir. Y me obedezco. Sorprendente. Vuelvo a abrir un ojo y son las 05:30 hrs. Esta vez no me hago caso y me quedo despierta hasta las seis y cuarto. Saludo a mi madre por Whatsapp y me levanto a darme una ducha. Os escribo mientras desayuno un muffin cubierto de cereales, lo que viene siendo una magdalena gigante de toda la vida.
A las nueve salí a la calle. Calorcito, como diez grados más que ayer. Estupendo. Fui paseando hasta Downtown Crossing para tomar el metro sin trasbordos en dirección a Cambridge, al otro lado del río Charles. En Cambridge se encuentran Harvard y el MIT (Instituto Tecnológico de Massachussets). Por ambos han pasado 78 premios Nobel. Al subir a la superficie en Harvard Square tuve que quitarme el forro polar y remangarme la camisa. Alucinante la diferencia entre ayer y hoy.
Tuve que preguntar por dónde ir a Harvard Yard. Es un recinto de hierba rodeado por edificios de ladrillo rojo que contienen dormitorios de estudiantes. También hay bibliotecas, aulas y edificios administrativos. Es la parte más antigua de la universidad. Dos jóvenes paseaban un sofá de un edificio de dormitorios a otro acompañados por una atractiva joven oriental que sospecho sería la propietaria del mueble y objeto de deseo de los transportistas.
Había gente sacándose fotos delante de la estatua de John Harvard, uno de los fundadores de la universidad. El individuo tiene el pie izquierdo reluciente porque los turistas lo tocan creyendo que es una tradición escolar que trae suerte. Mentira podre. Sólo los turistas le tocan el pie.
A las once menos veinte dejé el lugar camino de St. Paul, para asistir a misa de once.
Al entrar en la parroquia observé a un par de individuos de chaqueta organizando el cotarro. El que se encargaba de la parte donde me senté me ignoraba descaradamente, probablemente porque no iba vestida de señora elegante como las demás mujeres que entraban. Tuvo que venir el cura en persona a entregarme el programa de la misa. Típico ejemplar de pringado que durante la semana lleva una vida de mierda y el domingo se cree el amo porque mangonea a los monaguillos y se pasea entre los bancos de la iglesia poniendo orden. Pues mira, las dos parejas elegantes a las que más les hizo la pelota se le escaparon nada más recibir la comunión, sin esperar al ite, misa est.
La misa fue tal y como esperaba, con coro de niños, órgano y toda la parafernalia que hace durar la ceremonia hora y media.
A las doce y media tenía tanta hambre que casi me como al pringado a la salida. En el video se le ve al fondo con corbata roja chaqueta azul.
Volví a Harvard Square, donde había visto varios sitios para comer. En uno de ellos servían hamburguesas, que me apetecían mucho. La cajera se partía de la risa con mi acento y yo con el suyo. Cuando me dijo “eioei” tuve que preguntarle qué significaba “eioei”, a lo que contestó: “es lo que me debes”. O sea, 8,08 dólares. Acabamos las dos por los suelos de la risa.
Satisfecho mi estómago, paseé por los alrededores observando gran cantidad de jóvenes recién salidos de un anuncio de Tommy Hilfiger. El mercado de hombres guapos, elegantes e inteligentes es amplio. También hay mucho señor mayor gafapasta. Me crucé con uno que si no tiene un premio Nobel ya, seguro que se lo dan este año.
Hacía un calor importante. 29ºC según mi iPhone, que llevaba conectado al wifi gratuito de la universidad.
Recorrí con detalle Harvard Yard y los alrededores. ¡Qué bonito todo, qué limpio, qué tranquilidad!
Me senté a descansar un rato y a respirar hondo en un intento de absorber algo de sabiduría y conocimiento. Hoy me tomé las cosas con más tranquilidad que ayer, que me di una paliza importante.
Estuve en una tienda donde venden todo tipo de objetos con Harvard University escrito, desde las típicas camisetas a pelotas de baseball, edredones, pijamas, gemelos y gorras. Aun habiendo tremenda variedad, no encontré palo donde ahorcarme. Lo que sí compré en una tienda de deportes fue una botella para el agua porque la que llevo al gimnasio ahora está hecha una mierda. La compré hace años en Dinamarca. Está abollada de los cientos de golpes que ha llevado y le falta la pintura verde por varios sitios.
Satisfechísima por haber comprado por fin me fui en el metro de vuelta a Boston, donde hacía un poquitín menos de calor, pero sólo un poquitín. En el vagón viajaba un joven transportando un violonchelo o un dinosaurio disecado, no lo tengo muy claro.
Al salir a la superficie en Washington Street me di de bruces con una ambulancia/camión y le saqué una foto para que veáis que no exagero. A continuación pasó un camión de bomberos tocando la sirena y el claxon, aunque no había ningún vehículo ni peatón obstruyéndole el paso. Que les va la marcha y llamar la atención.
Entré en Macy’s a hacer un último intento. Hoy me encontraba bastante bien a media tarde, con ánimo para revolver entre los miles de Levi’s hasta que di con unos de mi talla. 27,50 euros al cambio. Nada mal.
Fui al hotel a dejar los Levi’s, el forro polar y a descansar media hora antes de lanzarme a la calle de nuevo camino del barrio chino, que era lo único que me quedaba por ver. Ya sabéis que a mí los chinos me dan un poco de repelús, así que la visita fue rápida. Es pequeñito, con la puerta china de los barrios chinos. Junto a la puerta había un parque con unas sillas y mesas de piedra donde docenas de chinos jugaban a las cartas rodeados por otros chinos que no paraban de hablar en chino.
Cuando me disponía a sacar una foto a una de las docenas de sucursales del Santander que hay en Boston, ésta en concreto para que veáis cómo se escribe Santander en chino, el chino que estaba sentado en la fachada va y se toca el pie. ¿Tengo o no tengo razón cuando digo que los chinos se tocan los pies continuamente?
El chino asqueroso me quitó las ganas de seguir viendo chinos, así que me fui de vuelta a occidente, donde no hay papeles tirados por el suelo y la gente no se toca los pies.
A las seis compré un sándwich de pollo y aguacate y me fui al hotel a meterme de cabeza en la ducha para no salir más a la calle, no sea que me encuentre al estrangulador de Boston y la fastidiemos. Por supuesto, regué el sándwich con una Coca Cola de cereza que tenía enfriando en la nevera.
Ahí va una imagen del original ascensor del hotel, con paredes acolchadas de cuero y espejo de cuarto de baño al fondo.
Os estoy escribiendo y me doy cuenta de que sigo igual de asna que esta mañana. No ha servido de nada la visita a Harvard. Buenas noches desde Boston, Massachussets.

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