Cuatro y cuarto. Menos mal que mi alma
llega esta noche porque ya estoy perdiendo la paciencia. Vueltas y más vueltas
hasta las seis menos cuarto. Me asomé a la ventana para sacar una foto. Allí
mismo, donde está el círculo tuvo lugar una masacre en marzo de 1770.
Los soldados ingleses se cepillaron a varios patriotas. Esa fue una de las
chispas que encendió la revolución que condujo a la guerra de la independencia.
El edificio de la derecha fue la sede del gobierno colonial.
Ducha, magdalena gigante de frutos del
bosque, cierre de maleta, carretera y manta.
Mantuve un diálogo de besugos con el
recepcionista cuando fui a pagar porque me quiso cobrar un desayuno de 35
dólares que no consumí y porque luego me dijo que la cuenta estaba pagada por
mi empresa. “Darling”, le dije, “te estás confundiendo de huésped”. Aclarado el
entuerto salí a la calle a tomar el metro. La parada más cercana está en la
acera de enfrente del hotel.
Tuve que hacer un trasbordo para llegar a
South Station pero sin problema porque había ascensores para minusválidos y
españolas con maletones. En el primer tren tuvimos que entrar a empujones de la
cantidad de gente que había. Al llegar a mi destino se abrió la puerta
contraria por la que había entrado, así que mi maleta y yo sufrimos bastante
para salir de aquella lata de sardinas. Con un par de “excuse me” a voz en
grito fue suficiente para que se nos abriera paso milagrosamente a mí y a mi enorme maleta destartalada.
Llegué a South Station con más de una hora
de antelación, así que di una vuelta para inspeccionar el terreno y
luego me senté a ver pasar a la gente. Son curiosos estos americanos.En Richmond el vagón se llenó
completamente. Se me sentó al lado una señora con gafas de sol y paraguas.
Paraguas que no soltó en todo el camino, hasta que llegó a su destino, West Kingston,
Rhode Island.Al otro lado del pasillo un joven músico
ensayaba como director de orquesta con unas partituras.
En New London, Connecticut, se me sentó al
lado otra señora nerviosísima, que me preguntó si vendrían a recogerle el
billete, que era la primera vez que subía en un tren. Llevaba el equipaje en
una bolsa de la compra. Olía a maíz tostado. Cuando por fin se relajó un poco sacó
chocolatinas de la bolsa de la compra y me invitó.
Se bajó en New Haven, ocupando su sitio un
joven rubio encorbatado muy serio. El
pobre fue a la cafetería a buscar comida pero sólo fue capaz de darle un
bocado. Yo, sabiendo que la comida de los trenes es de goma, me compré en la
estación un wrap relleno de pavo, queso, manzana, lechuga, uvas y una salsa
dulce muy rica. Un wrap, para entendernos, es una tortilla de maíz a la que le
ponen encima los ingredientes y la usan como envoltorio. Sólo fui
capaz de comerme la mitad porque era brutal de grande.
En total hicimos 12 paradas hasta llegar a
Penn Station en Nueva York, contando New Haven y Stamford, que junto con
Richmond eran los únicos sitios que me sonaban de algo.
El paisaje era espectacular, con bosques,
lagos, casitas de madera y pequeños puertos con barcos de pesca y veleros.
Aproveché el viaje para preparar la reunión
de WISTA que tengo el sábado.
Desde que se empezaron a ver los
rascacielos a lo lejos entré en modo turista cateta sacando fotos
desde la ventanilla completamente emocionada. Y además, me puse en el iPod a
Frank Sinatra cantando New York, New York.
Penn Station era un caos total. Había gente
por todos lados y mucho ruido. Mientras hacía cola para sacar un billete de
metro, dos lesbianas adolescentes nos entretuvieron con una espectacular bronca
a grito pelado porque una acusaba a la otra de serle infiel.
Patrullaban los pasillos policías del
estado y soldados vestidos de campaña, con los mismos uniformes de camuflaje y
las botas beige que usan para ir a las guerras éstas que tienen ahora. Llevaban
chalecos antibalas, metralletas y pistolas sujetas al muslo. No me atreví a
sacarles fotos porque tenían cara de pocos amigos. Con la temperatura que hacía
no me extraña que estuvieran cabreados, porque la parafernalia que llevaban
encima tenía que dar un calor tremendo.
Llegué al hotel en la calle 51 casi una
hora después de bajar del tren. Justo enfrente hay una sinagoga, una tienda de
deportes, una comisaría de policía y un parque de bomberos. Vamos a tener las
noches moviditas.
No sé si los bomberos se pasean haciendo ruido
por llamar la atención o si la gente enciende cerillas por deporte. El caso es
que durante toda la tarde no vi menos de cinco coches de bomberos a toda
pastilla haciendo ruido por las calles.
Nada más dejar la maleta en la habitación y
los objetos de valor en la caja fuerte, salí a comerme Manhattan.
Bajé andando por Lexington Avenue admirando
los edificios. Encontré el portal del edificio Chrysler por casualidad. Es
inconfundible, con su diseño art decó. Es mi edificio favorito del mundo
mundial y el sábado voy a tener la oportunidad de visitarlo por dentro.
Tremenda emoción siento.
Al pasar por Grand Central en la calle 42
saqué esta foto donde se ven tanto la estación como el edificio Chrysler.
Empezó a llover un poco pero me dio igual.
Seguí caminando hasta Times Square donde me encontré con el rodaje de una
película. Habían vallado la zona donde están las sillas y las mesas
metálicas. Cuando dejó de llover se pusieron en marcha. Me quedé esperando tras
las vallas para verlo.
Los miembros del equipo de seguridad eran
firmes pero muy amables. Nos dijeron que podíamos sacar todas las fotos que
quisiéramos pero sin flash, y que debíamos estar en silencio cuando comenzaran
a rodar. Movieron al público que podía salir al fondo de la escena indicándoles
dónde podían situarse para verlo todo mejor. Llegaron un montón de extras que
ocuparon las sillas. Iba todo muy muy lento. Por fin salió de una pequeña carpa
Megan Fox. Estaban rodando una escena de Ninja Turtles 2.
Ya podían haber sido Brad Pitt y George
Clooney, cachisendiez.
Cuando me aburrí de mirar fui a ver la
tienda del chocolate Hershey’s. En la puerta siempre hay alguien regalando
Hershey’s Kisses diminutos. Dentro los vendían grandes como melones.
Desde allí fui a la Quinta Avenida, subiendo
por la catedral de San Patricio. La han debido de limpiar porque estaba
reluciente, como si la hubieran construido este año.
Pasé por el Rockefeller Center, entré en la
tienda de regalos del Met, me entretuve viendo el escaparate de la tienda de
Lego, estuve en Abercrombie echando un vistazo y luego fui a la tienda de cinco
plantas de Nike, junto a Tiffany’s. No dejé de mirar hacia arriba mientras
caminaba porque hay edificios verdaderamente magníficos.
Me acerqué a la tienda del MOMA en la calle
53, donde venden objetos de diseño muy originales. En el museo debía de haber
una recepción de gente importante porque había mucho coche negro enorme en la
puerta y muchas parejas elegantes entrando.
En la acera de enfrente había aparcado un
Lamborghini con un cartel y una placa de la policía en el
salpicadero.
Una fuerza invisible me atraía
irremediablemente hacia la acera de la derecha de la Quinta Avenida, junto a
Central Park. Era el templo de la secta, el cubo de cristal de Apple. Bajé por
la escalera de caracol que da acceso a la tienda, evitando acercarme a los
iPhone 6 Plus, por si acaso me daba una ventolera y me compraba uno. Y es que
no necesito un iPhone 6 Plus, no necesito un iPhone 6 Plus, no necesito un
iPhone 6 Plus, no necesito un iPhone 6 Plus.
Entré en todas las tiendas de deportes a
ver si me compraba unas Nike y a buscar una camiseta que me ha encargado
Patricia. Ni lo uno ni lo otro. Sólo tres pares de calcetines blancos para el
gimnasio.
A las siete y cuarto me dolían los riñones
de tanto estar de pie sin parar de andar, así que di por terminada la jornada y
me fui al hotel. No había entrado todavía en la tienda de deportes de enfrente,
y mira por dónde triunfé. Las zapatillas Nike que me apetecían estaban 20
dólares más baratas que en los Foot Locker de Boston y los dos que había visto
esta tarde. En resumen, que llevo comprados unos Levy’s, tres pares de
calcetines, dos monedas de plata y unas zapatillas Nike negras.
Después de darme una muy necesaria ducha me
comí la otra mitad del wrap con una Coca Cola de cereza que compré en una
farmacia y os escribí un rato.
En las farmacias venden de todo aparte de
medicamentos.
Hoy por fin estoy aguantando despierta
hasta las once. Debe ser que mi alma ha llegado por fin a América.
Buenas noches desde Nueva York.
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