Noruega pertenece al mundo sin persianas. Lo único bueno de las fechas de este viaje es que amanece a las ocho y es posible despertar a una hora decente. En verano tiene que ser muy divertido.
Dormí bastante bien. La cama tiene un edredón que sobresale mínimamente del borde. Seguro que he dormido con un pie por fuera. Catarro asegurado. Eso me pasaba cuando iba a estudiar a Inglaterra. Todos los años me ponía a morir por culpa del edredón. Yo tengo que dormir tapada hasta la nariz, en invierno y en verano.
Salí a la calle a las ocho y media para aprovechar bien las horas de luz. Un día espléndido. He traído las gafas de sol solamente para usarlas hoy, el único día que voy a disfrutar de buen tiempo.
Di un paseo por los alrededores del hotel a la espera de ir a la estación a unirme a un grupo de turistas con guía gratuito, igual que hice en Amsterdam el año pasado. Un rato antes de la hora me senté en un banco y se me ocurrió entrar en la web del grupo, donde encontré un mensaje informando que hoy quedaba cancelado el paseo. Decidí entonces hacer el recorrido yo sola, ayudada por la guía de viaje que tenía descargada en el teléfono.
Lo primero que hice fue ir a visitar el famoso edificio de la ópera. De estilo moderno, levantado frente al fiordo, puedes subir por sus rampas hasta el tejado, desde donde se disfruta de unas vistas impresionantes.
Paseé por los embarcaderos de la zona. Hay una parte donde instalan bares cuando hace buen tiempo. Había por allí cosas muy curiosas, como un camión ruso reconvertido en biblioteca o una estructura de madera con miles de camisas colgando. Por todos lados justo al borde del embarcadero colgaban letreros diciendo que por allí no se permitía el alcohol. Sospecho que se les cae mucha gente al agua.
Pisé una enorme caca de caballo aplastada sin querer. Buena suerte. Los culpables pasaron unos minutos más tarde, tres caballos con tres mujeres policía encima.
La siguiente visita fue al ayuntamiento. De camino, vi en un escaparate unas fundas de goma para que la gente se pueda poner zapatos de ante en invierno. Piensan en todo estos vikingos.
Los barcos que hacen rutas turísticas por los fiordos de los alrededores salen desde allí. Me lo estuve pensando, pero al final decidí no tomar uno porque me iba a hacer perder muchas horas que necesitaba para visitar el resto de lo que quería ver.
Le saqué una foto a la escultura de un buzo de acero inoxidable que me llamó la atención.
Casualmente, cuando llegué allí tuvo lugar el cambio de guardia. Nada que ver con el de Londres. Salieron seis soldados imberbes desfilando sin música desde una caseta de madera y se fueron cambiando con los que estaban en las garitas. Me pregunto si los tienen allí perennemente en el mes de enero y si les dan una medalla cuando llega la primavera.
llaman Slottsparken. Como estamos en otoño y se están cayendo las hojas, estaba todo el suelo lleno de hojas. Hacía muy bonito y olía muy bien.
Al volver a pasar por la puerta del palacio, tres sujetos con chistera y capa hablaban en gutural con el soldado de la puerta, que llamó por la emisora que llevaba pegada a la guerrera para que alguien viniera a buscarlos. Aparentemente, tenían cita con alguien de dentro, Harald, Sonja, Hakon o Mette Marit, quién sabe.
Bajando por la enorme avenida con jardines en el centro, estuve contemplando los edificios de la universidad, el Teatro Nacional y, al fondo, el Parlamento. No se observan unas medidas de seguridad como en otros sitios. En el Palacio Real, te puedes acercar a la puerta sin problema y en el Parlamento había una serie de señores que supongo serían parlamentarios charlando en la puerta. Me podría haber acercado a ellos sin que nadie me lo hubiera impedido.
Di una vuelta por la zona de tiendas sin comprar nada porque todo es carísimo. Un plátano cuesta un euro y una botella de Coca Cola de medio litro tres euros. Yo moriría de hambre en este país.
Hablando de Coca Cola, tienen Coca Cola de frambuesa, pero “uten sukker”, que viene a ser lo mismo que “sin azúcar”. Como eso va contra mi religión, no compré una para probarla.
Desde lo alto de la muralla se veía a lo lejos Holmenkollen, que es el tobogán ése por el que es tiran con esquís. No sé cómo no se matan, si es que es brutal.
La zona más cercana a la fortaleza es la más antigua que se conserva de Oslo, que antes se llamó Kristiania.

Me han quedado por ver los museos por dentro y alguna zona de las afueras que podría haber merecido la pena.
Antes de las seis de la tarde llegué al hotel arrastrando la pierna izquierda. Me he acordado hoy de porqué yo nunca uso botas. La fricción de la bota con ese hueso me da calambres y me ha causado un hematoma. Vamos a ver si mañana soy capaz de calzarme.
Buenas noches desde Oslo.
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