22 oct 2018

Una cateta en Noruega (Día 6)

 
Cinco grados centígrados para empezar el día.
El escorbuto y el desánimo van haciendo mella entre los miembros de la expedición…. eso escribiría Amundsen en su diario de viaje. Nuestro caso es diferente. Estamos bien alimentados y abrigados. Cierto es que cada día que pasa se va notando más frío. En Sommarøy sopla a todas horas un viento helador, y no para de llover. 
En Sommarøy sólo hay dos estaciones, el invierno blanco y el invierno verde.
Bajé a desayunar a las ocho y media. El comedor sólo estaba ocupado por un matrimonio de ancianos que no se hablan. Llevan dos muletas, una cada uno. El lleva dos días con la misma camisa de leñador y cara de pocos amigos. Comen sin parar y sin hablarse. 
A las nueve menos cuarto empezó a bajar el resto de expedicionarios. 
El desayuno en el hotel es parecido al que nos sirvió la polaca en el campamento, pero a lo bestia. La variedad de panes planos es tal que no sabes cuál comer, así que los comes todos.
A las diez y media nos recogió nuestro guía. Sobrevivió al baño nocturno sin novedad. Le falta la mano derecha. No me atreví a preguntarle si se la amputaron por congelación o es cosa de nacimiento.
Para no mojarnos, hicimos el paseo por los alrededores dentro de su furgoneta eléctrica. Nos fue contando anécdotas de los alrededores y sus habitantes. Hay un pescador de 90 años que se tuvo que retirar a los 89 porque le dio un jamacuco y está paralizado de medio cuerpo. El hombre nació en una de las pequeñas islas de la zona y tenía que ir al colegio en barca todos los días, remando con sus hermanos hiciera el tiempo que hiciera.
Estuvimos en el museo de la isla, que es como subir a la buhardilla de mi abuela. En el exterior conservan una enorme bomba de la Segunda Guerra Mundial. El interior está igual que una casa antigua, con la misma temperatura que una casa antigua. Hacía casi tanto frío dentro como fuera.
Os dejo la imagen del dormitorio, donde había una cama tan estrecha que difícilmente cabía un matrimonio, y una cuna con un muñeco que daba miedo.
Continuamos la visita en la iglesia, donde se celebran ceremonias de cualquier confesión. ¿Soy yo o los detalles de la vidriera parecen jamón serrano?
Para ir entre las islas más pobladas hay puentes tan estrechos que sólo puede pasar un vehículo a la vez. El paso está regulado por un semáforo en cada extremo.
Los habitantes de la zona viven de la industria del salmón y de los inocentes turistas que venimos con la esperanza de ver la aurora boreal.
A la una volvimos al hotel a comer en el buffet.
Luego descansamos un rato.
A las tres y media nos aventuramos a dar un paseo por los alrededores. Kathy y Mark decidieron quedarse trabajando en el hotel.
Hacía tanto frío y tanta humedad que hasta los caballos salieron a pasear con abrigo.
Anduvimos por zonas civilizadas y por otras no tanto. El suelo está mullido como una alfombra. Se te hunden los zapatos al pisar.
No dejó de llover en ningún momento, incluso nos granizó durante un rato. 
Cuando volvimos al hotel estaba tan aterida que tuve que meterme debajo de la ducha ardiendo durante un rato. Los dedos de los pies y los muslos me picaban por el cambio de temperatura.
Tuve que poner a secar la mochila y la ropa en el suelo calentito del cuarto de baño. A las botas les metí el secador del pelo dentro un momento y enseguida cogieron la temperatura idónea para meter los pies dentro de nuevo.
Bajé a reunirme con los demás junto a la chimenea de uno de los salones del hotel. De allí no nos movimos hasta que nos dieron de cenar a las siete y media. 
Estuvimos de charla junto a la chimenea hasta las once.
Finalmente pudimos ver la aurora boreal…. en una foto colgada en un pasillo del hotel. 
Buenas noches desde Sommarøy.











No hay comentarios: