11 oct 2017

Una cateta en Holanda (Día 10)

Dormí toda la noche como una campeona, en absoluto silencio. A las siete desperté, desayuné y me puse en marcha sobre las nueve. 
En el larguísimo pasillo reinaba un silencio absoluto.
Llamé el ascensor con la tarjeta de la habitación, que sólo te permite ir al hall y a tu propia planta. Al abrirse la puerta me encontré con que estaba lleno de  ruidosas estudiantes rubias alemanas. Tuvieron que hacerme hueco para poder entrar. En la planta baja había un jaleo tremendo. Me huelo que han puesto a toda la juventud en las plantas altas para que se maten entre ellos y a los adultos nos han repartido más abajo.
Hoy el día ha estado frío. No ha subido la temperatura de quince grados. De vez en cuando ha caído una llovizna muy ligera, lo justo para regar los champiñones de la cabeza y tener que limpiar las gotas de las gafas. Me he dado una paliza importante andando de un lugar a otro. He estado a punto de caer a un canal y de ser atropellada por una bicicleta. Digamos que estoy intacta por poco.
Cuando llegué a la estación ya había un par de trenes que pasaban con dirección a Amsterdam Central. En unos minutos estaba saliendo de la estación para empezar la ruta del día. 
El centro de Amsterdam tiene forma semi circular, siguiendo  el curso de los canales. La parte siniestra que visité ayer queda a la izquierda según se sale de la estación. Hoy me dediqué a la parte derecha, mucho más agradable, más tranquila y más bonita. 
Como era temprano, había pocos turistas por la zona, pero sí gente fumando  marihuana en los Coffee Shops. 
Empecé por Brouwersgracht. Giré a la izquierda y bajé intercalando Prinsengracht con Keizersgracht y Herengracht. Todas estas calles tienen un canal en el centro, un carril para coches y bicis y unas casas preciosas. Hay que andar con cuatro ojos porque las aceras son casi inexistentes, hay bicis aparcadas por todos sitios, vienen coches, vienen bicis y vienen furgonetas de reparto. Una loca al volante de una bici literalmente me afeitó. Iba hablando por el móvil y me salió de repente en una curva sin mirar por dónde iba. Menos mal que yo sí la vi venir en el último momento. Si no, os estaría ahora escribiendo esta crónica con la lengua.
En Prinsengracht pasé junto a la casa de Ana Frank. Había cola esperando la hora de apertura. No es una visita que me apetezca. Me parece morbosa. 
Al lado se encuentran la Westerkerk y el Homomonument. Entré en una tienda de souvenirs y objetos varios. ¡Ay, si esto se pudiera llevar en la maleta! Lo que nos íbamos a reír. 
Crucé Leidsegracht hasta el mercado de las flores. Venden montones de bulbos de tulipán y otras plantas, además de souvenirs de todo tipo. La zona está muy animada por los turistas. 
Enfrente del mercado hay una de las muchas tiendas de quesos que he encontrado en Holanda. Me encantan. Los americanos inventaron el Apple Store y los holandeses el Cheese Store. Me quedo con las dos.
Llegué hasta Rembrandt Plein. Debajo de la estatua del artista han colocado una representación en tres dimensiones del famoso cuadro “The Nightwatch” formado por estatuas de bronce.
A la espalda de Rembrandt se encuentra el edificio que contiene la sede de Booking.com. Estuve tentada de acercarme a saludar para que conocieran en persona a su mejor clienta.
Andando hacia el sur llegué hasta el Rijksmuseum, que contiene una gran colección de arte holandés, sobre todo de los maestros del XV al XVII. Pero lo que a mí me llamó la atención fue el museo de al lado, la Wanrooij Gallery, con aquel muñeco cabreado en la puerta y una muñeca con cabeza de interruptor en una de las ventanas. 
Por el camino me despisté un par de veces. Gracias a la señora que vive dentro de mi teléfono llegué a destino.
Me senté en la cafetería del Rijksmuseum a descansar mientras tomaba una Coca Cola. El edificio es impresionante, por fuera y por dentro.
Después de un rato salí a ver los jardines de detrás, donde también está el Museo Van Gogh, pintor que no me gusta un pelo, pero que no se sepa, que está mal visto.
Había montones de gente por los alrededores, sobre todo fotografiándose junto a y encima de unas letras en tres dimensiones que decían “I Amsterdam” para luego colgarlo en redes sociales. Al que estaba engarametado encima de la letra “d” le hubiera estado bien empleado caer desde allí arriba por tonto. 
Fui andando hasta el Magere Brug, el puente canijo de madera sobre el río Amstel a pocos metros del Hermitage. 
Pasé por la sinagoga portuguesa y por lo que fue en su día el barrio judío, arrasado por los nazis. Prácticamente toda la población judía de Amsterdam fue deportada a los campos. Les fue fácil identificarlos porque la ciudad mantenía un censo muy preciso de la población. También contaron con ayuda de los vecinos, a los que prometieron quedarse con los bienes de aquellos a los que delataran. 
Eran más de las tres cuando me senté a comer en una hamburguesería. A media mañana comí por la calle un croissant relleno de praliné que compré en una pastelería. Por eso no tuve hambre hasta tan tarde. 
Las hamburguesas eran caseras. Te permitían añadir los ingredientes que quisieras de una lista. La mía llevaba queso Cheddar y aguacate. Muy rica. Venía acompañada de las patatas fritas que hacen aquí, enormes y deliciosas.
Seguí paseando por los canales. Vi una madreña fuera borda. Se ven unas cosas muy raras en este país.
Volví a pasar por el mercado de las flores, deteniéndome a comprarle a Pili el lápiz que me encargó en una tienda de souvenirs. Los objetos estrella en las tiendas de souvenirs son los zuecos, las casitas imán para la nevera, tulipanes de madera y piezas de porcelana de Delft con forma de cualquier cosa. Toda tienda que se precie tiene sus zuecos gigantes para que la gente se fotografíe dentro. En algunas tienen un letrero advirtiendo que te cobran 50 céntimos por el retrato. Quisiera yo ver dónde coloca la gente esos zuecos que compran  una vez llegan a casa.
Volví a entrar en el patio de Begijnhof, donde sólo viven mujeres. Ayer no tuve tiempo de verlo con detenimiento. Entré en la pequeña iglesia católica. Un grupo de señoras rezaba el rosario en holandés. Todas tenían aspecto de filipinas.
Estuve de nuevo en la Plaza Dam, mirando mejor el Palacio Real. Entré en varias tiendas pero no compré nada. 
Poco a poco fui subiendo en dirección a la estación viendo más calles con casas inclinadas hacia delante. Según me acercaba a la estación aumentaba el número de Sex Shops y Coffee Shops, aunque en algunas no se veía la cafetera por ningún lado.
Entré en un supermercado a comprar algo para cenar. Opté por unos plátanos. La hamburguesa me había dejado completamente llena. 
Ya en la estación, con la aplicación para el móvil busqué el andén al que tenía que dirigirme para subir al primer tren que parara en Amsterdam Sloterdijk. Andén 8a. El tren estaba a punto de salir.
En el hotel no había menos de diez personas haciendo cola para registrarse. En la zona de la cafetería también había movimiento, no así en la zona donde puedes hacerte la comida. Me acerqué a verla con detalle. Ayer no quise molestar a los indios que estaban cenando. Hay dos tostadoras para hacerte el desayuno, microondas, cocinas, un par de lavadoras que funcionan con monedas y todo tipo de artefactos para cocinar. Está muy bien.
Pedí un vaso con hielo para mi Coca Cola y subí a la habitación. De nuevo, silencio sepulcral en el largo pasillo. 
Casi lloro de la emoción cuando me encontré con la cama. Estaba destrozada, pero antes de darle un abrazo a la almohada me di una buena ducha, os escribí y me comí un par de plátanos.

Buenas noches desde Amsterdam.











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