En el larguísimo pasillo reinaba un silencio absoluto.
Llamé el ascensor con la tarjeta de la habitación, que sólo te permite ir al hall y a tu propia planta. Al abrirse la puerta me encontré con que estaba lleno de ruidosas estudiantes rubias alemanas. Tuvieron que hacerme hueco para poder entrar. En la planta baja había un jaleo tremendo. Me huelo que han puesto a toda la juventud en las plantas altas para que se maten entre ellos y a los adultos nos han repartido más abajo.
Hoy el día ha estado frío. No ha subido la temperatura de quince grados. De vez en cuando ha caído una llovizna muy ligera, lo justo para regar los champiñones de la cabeza y tener que limpiar las gotas de las gafas. Me he dado una paliza importante andando de un lugar a otro. He estado a punto de caer a un canal y de ser atropellada por una bicicleta. Digamos que estoy intacta por poco.
Cuando llegué a la estación ya había un par de trenes que pasaban con dirección a Amsterdam Central. En unos minutos estaba saliendo de la estación para empezar la ruta del día.

Como era temprano, había pocos turistas por la zona, pero sí gente fumando marihuana en los Coffee Shops.
En Prinsengracht pasé junto a la casa de Ana Frank. Había cola esperando la hora de apertura. No es una visita que me apetezca. Me parece morbosa.

Crucé Leidsegracht hasta el mercado de las flores. Venden montones de bulbos de tulipán y otras plantas, además de souvenirs de todo tipo. La zona está muy animada por los turistas.
Llegué hasta Rembrandt Plein. Debajo de la estatua del artista han colocado una representación en tres dimensiones del famoso cuadro “The Nightwatch” formado por estatuas de bronce.
Andando hacia el sur llegué hasta el Rijksmuseum, que contiene una gran colección de arte holandés, sobre todo de los maestros del XV al XVII. Pero lo que a mí me llamó la atención fue el museo de al lado, la Wanrooij Gallery, con aquel muñeco cabreado en la puerta y una muñeca con cabeza de interruptor en una de las ventanas.
Me senté en la cafetería del Rijksmuseum a descansar mientras tomaba una Coca Cola. El edificio es impresionante, por fuera y por dentro.
Después de un rato salí a ver los jardines de detrás, donde también está el Museo Van Gogh, pintor que no me gusta un pelo, pero que no se sepa, que está mal visto.
Había montones de gente por los alrededores, sobre todo fotografiándose junto a y encima de unas letras en tres dimensiones que decían “I Amsterdam” para luego colgarlo en redes sociales. Al que estaba engarametado encima de la letra “d” le hubiera estado bien empleado caer desde allí arriba por tonto.
Fui andando hasta el Magere Brug, el puente canijo de madera sobre el río Amstel a pocos metros del Hermitage.
Eran más de las tres cuando me senté a comer en una hamburguesería. A media mañana comí por la calle un croissant relleno de praliné que compré en una pastelería. Por eso no tuve hambre hasta tan tarde.
Las hamburguesas eran caseras. Te permitían añadir los ingredientes que quisieras de una lista. La mía llevaba queso Cheddar y aguacate. Muy rica. Venía acompañada de las patatas fritas que hacen aquí, enormes y deliciosas.
Seguí paseando por los canales. Vi una madreña fuera borda. Se ven unas cosas muy raras en este país.
Volví a entrar en el patio de Begijnhof, donde sólo viven mujeres. Ayer no tuve tiempo de verlo con detenimiento. Entré en la pequeña iglesia católica. Un grupo de señoras rezaba el rosario en holandés. Todas tenían aspecto de filipinas.
Estuve de nuevo en la Plaza Dam, mirando mejor el Palacio Real. Entré en varias tiendas pero no compré nada.
Entré en un supermercado a comprar algo para cenar. Opté por unos plátanos. La hamburguesa me había dejado completamente llena.
Ya en la estación, con la aplicación para el móvil busqué el andén al que tenía que dirigirme para subir al primer tren que parara en Amsterdam Sloterdijk. Andén 8a. El tren estaba a punto de salir.
Pedí un vaso con hielo para mi Coca Cola y subí a la habitación. De nuevo, silencio sepulcral en el largo pasillo.
Casi lloro de la emoción cuando me encontré con la cama. Estaba destrozada, pero antes de darle un abrazo a la almohada me di una buena ducha, os escribí y me comí un par de plátanos.
Buenas noches desde Amsterdam.
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