Se quedó dormida semi sentada apoyada en el cabecero de la cama. Tuve la tentación de agarrarla por los pies y tirar para abajo pero me dio un poco de apuro. O tiene el cuello de silicona o sufre en silencio, porque eso tiene que doler.
En cierto momento noté que se movía y se metía en la cama como las personas normales. Luego empezó a hablar en griego y a soltar unos gemidos raros. Después no sé lo que pasó porque me quedé dormida.
A las cinco de la mañana volvió a hablar, pero esta vez me estaba hablando a mí porque era en inglés. Tuve que tirarle una almohada para que se callara y me dejara dormir.
A las seis desperté yo sola con el ruido del temporal que había fuera. Soplaba fuerte viento y se oía llover con alegría.
La sala estaba llena. Este año somos casi 300 asistentes de 32 países diferentes.
La presidenta de WISTA UK estaba sentada cómodamente con los pies en alto porque tiene una infección en una pierna, no porque sea una grosera.
Las sesiones duraron hasta las doce y media, con un descanso hacia la mitad.
Mercedes me dejó tocar sus nuevos AirPods, los auriculares inalámbricos de la secta.
Para comer tuvimos un buffet, como normalmente se hace, para que sea rápido y ligero, aunque hay quien llena el plato como si llevara una semana en ayunas. Me senté con las griegas Anna-María, Vivi y Elpi.
A las dos reanudamos la conferencia hasta las tres y media.
Durante parte del recorrido nos acompañó un remolcador de Multraship, uno de los patrocinadores de la conferencia, empresa propiedad de Joan Müller, miembro de WISTA. Hizo varias maniobras de giro al costado de nuestro barco, despertando gran entusiasmo.
No llovía pero continuaba soplando fuerte viento. Dentro del barco se notaba poco. Fuera era como un huracán.
Sirvieron café y pasteles WISTA riquísimos. Casi daba pena comerlos.
Enseguida volvimos a nuestras habitaciones a arreglarnos para la cena de gala.
A las siete y media nos llevaron en el mismo barco hasta la orilla de enfrente para cenar en Hulstkamp, uno de los pocos edificios que quedaron en pie tras la Segunda Guerra Mundial.
En la cena me tocó sentarme con Eleonora, una buena amiga griega, dos alemanas, una holandesa, Kathy Plemer y su marido, y Lena.
El postre se sirvió de pie en la zona de baile. Eran unos vasitos con mouse de chocolate o de fresa. Atención al cubierto.
Justo antes de levantarnos actuó un humorista inglés que despertó sentimientos encontrados. Hubo quien se partió de risa y a quienes no les hizo ni puñetera gracia, yo entre ellas.

Regresamos en el último barco. Cuando me metí en la cama eran más de las dos de la madrugada.
Buenas noches desde Rotterdam.
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