8 oct 2017

Una cateta en Holanda (Día 7)


Todos los días de esta semana he estado despertando sobre las seis de la mañana. Hoy no fue diferente. Me quedé en la cama hasta las siete y media. Me di una ducha y terminé de preparar el equipaje. 
A las nueve menos cuarto pasé al hall del hotel de al lado para reunirme con Karin. 
Me dio mucha pena despedirme del espejo de la habitación. Es de esos que ponen en los probadores de las tiendas, un poco cóncavo para que parezcas bonísima y delgadísima.
Salimos hacia Appingedam en el camión negro de Karin poco antes de las nueve. El maletero iba lleno hasta las trancas: su maleta, la mía y el montón de regalos de despedida que recibió al dejar la presidencia de WISTA. Entre otras cosas, le regalaron una botella de champán como las que entregan a los ganadores de las carreras de Fórmula 1. 
Llegamos en tres horas pasando por preciosos paisajes. Vi claramente por qué llaman a esto Países Bajos. Los canales de agua estaban a más altura que la carretera por donde circulábamos. Vimos muchas vacas y muchas ovejas pastando en las enormes extensiones de hierba. Pasamos por Utrech, Zwolle y Breda, pero no entramos a rendirnos. 
Karin está casada con otra señora que se llama Elisa. Nos conocimos hace años en Singapur. 
Dejamos el equipaje en su casa y salimos a dar un paseo por los alrededores llegando hasta el pueblo, con un centro histórico medieval, famoso por sus cocinas colgantes.
Disfruté mucho del paseo. Todo el mundo vive en casitas unifamiliares de grandes ventanales con jardín, algunas al borde de los canales. Pocas casas tienen cortinas porque aquí la gente no mira dentro de las casas de los vecinos. 
Hay carriles bici por todas partes.
Justo enfrente de las casas colgantes paramos a comer algo en un pequeño restaurante. Luego volvimos paseando hasta la casa a descansar un rato. 
Karin y Elisa tienen dos gatos, Lizzi y Sally. El blanco y negro, que es el mayor, enseguida se hizo amigo mío. El atigrado pasa de mí olímpicamente. 

Fuimos en coche a la ciudad fortificada de Bourtange, en la frontera con Alemania. Al salir de Appingedam tuvimos que esperar un rato en la carretera para dejar pasar un barco. Es lo mismo que un paso a nivel para trenes.


Bourtange está rodeada por un laberinto de fosos en forma de estrella. En el centro de la fortaleza hay casitas con viviendas y pequeños museos.
Estuve probándome zapatos pero no los compré porque resultan un tanto incómodos.
Cruzamos a Alemania para cenar a las seis de la tarde un schnitzel con patatas fritas. 
A las ocho estábamos de vuelta en casa. Nos sentamos a ver la tele y a escribiros. El gato blanco y negro se tiró encima de Karin y el atigrado siguió pasando de mí olímpicamente. 
Nos acostamos temprano. Falta nos hacía.

Buenas noches desde Appingedam.




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