8 oct 2017

Una cateta en Holanda (Día 6)

María lleva dos noches seguidas roncando. Antes sólo hablaba y gemía. Ahora también ronca. Voy a tener que cambiar de compañera de habitación.
Ayer por la noche se quedó dormida mientras tecleaba en el móvil. De repente entró en coma y se puso a roncar. Lo grabé en video antes de apagar la luz. 
Se levantó a las siete y media para poder encontrarse con Despina a las ocho y cuarto e ir juntas al aeropuerto.
Yo me levanté también para escribiros porque ayer por la noche me fue  físicamente imposible. Estaba muerta.
A las nueve y cuarto salí a dar un paseo por los alrededores. Hacía un día de mierda, con frío, viento y lluvia. Tuve que ponerme el chaquetón y encima el cortavientos. 
A las diez menos cuarto quedé con Anna-María y Vivi en la cafetería del hotel para charlar un rato y despedirnos. No sé de cuánta gente me he despedido entre ayer y hoy, pero ha sido mucha. La que se me ha escapado es Sofía, una griega que me prometió darme un chupa chups que compró para marido en Amsterdam y que no se atrevía a llevar en el avión de vuelta porque alguien le dijo que iba a acaba en el trullo.
A las diez y media quedamos en el hall del hotel de al lado para ir de excursión en una Zodiac. Otra vez de paseo por el puerto, pero a lo loco. Ahora sé lo que se siente al cruzar el Estrecho con un alijo de droga. 

El video adjunto fue tomado por el marido de Thea desde su habitación del hotel. También salieron a despedirnos Caroline y Joan, de WISTA Holanda.

El grupo estaba compuesto por una holandesa, dos neozelandesas, cuatro norteamericanas, una escocesa que vive en Hong Kong, una canadiense y yo. El piloto de la lancha nos hizo poner unos chaquetones azules y chalecos salvavidas. Nos dio instrucciones específicas de cómo reaccionar si caíamos al agua y de cómo girar la cabeza si llevábamos gafas. Conclusión antes de iniciar el viaje: la gente cae al agua con cierta frecuencia y a más de un pasajero le han salido las gafas volando.
Nos fue enseñando partes del puerto antiguo llevándonos a ratos a toda velocidad pegando saltos. Hubo un par de veces que pensé que iba a salir despedida por los aires. No es broma. El muy malvado nos dijo que si no nos encontrábamos a gusto levantáramos un brazo con el puño cerrado para que parara. No era posible soltarse de manos sin jugarse la vida, así que lo de levantar el brazo quedó descartado. Hubo que aguantar el tirón valientemente.
La idea de esta excursión fue de Karin y Jeanne, que no pueden pasar su tiempo libre como todo el mundo. Si no se pasean en tirolina suben en globo o hacen submarinismo. La primavera pasada probaron un tanque de gravedad cero.
Pasamos por el costado del SS Rotterdam, un antiguo trasatlántico de la Holland America Line ahora convertido en hotel. Casi nos metemos debajo de la proa. 
Paramos junto a un autobús anfibio. La escocesa, que es la monda, les gritó si se habían dado cuenta que se les estaba hundiendo. Los pasajeros nos miraban alucinados. No me extraña. Teníamos que ser toda una estampa, un fueraborda lleno de tías vestidas todas iguales.
Las fotos del SS Rotterdam y el autobús anfibio son del teléfono de Parker Harrison. Yo no me atreví a sacar la cámara por si se mojaba o le daba un golpe.
Nos bajamos junto al Euromast, una torre de 185 metros de altura, a la que subimos en ascensor. Ofrecían la posibilidad de tirarse desde arriba haciendo rappel. Jeanne, Karin y Vanessa la canadiense se quedaron un poco con las ganas de hacerlo. 
El último trozo de la torres se sube en una plataforma giratoria que te ofrece una vista de 365 grados. Vista que se ve cuando el día está claro, no como el día de mierda que hemos tenido. No sé cómo aquí a la gente no le crecen champiñones en la cabeza de la humedad que hay.
Al bajar de la torre fuimos andando hasta Ballentent, un pequeño restaurante de principios del siglo pasado donde tomamos la barra al asalto mientras esperábamos a que quedara libre una mesa. El plato estrella es la albóndiga. Y digo albóndiga en singular porque te sirven una como una pelota de tenis. Viene acompañada de varias salsas, una de ellas de cacahuete riquísima. Para mi gusto la carne llevaba demasiada pimienta.
Fuimos paseando hasta el Markthal cruzando por una zona residencial muy elegante. En un parque nos encontramos con un árbol suspendido en el aire por cuatro palos que resultó ser una escultura.
Dimos una vuelta por dentro del Markthal hasta que empezó a vencernos el cansancio. Antes de volver al hotel entré en el lavabo. Me encontré con el artefacto de la foto. Pones la mano debajo en el centro y sale agua. Pones las manos a los lados y sale aire. Tardé un rato en dar con la tecla.
Nos encontramos a las ocho en el hall del otro hotel para ir a cenar al Markthal. Llovía a cántaros, de modo que tomamos un par de taxis.
Las kiwis se cayeron de la convocatoria, igual que Parker, demasiado cansadas para seguir con la vida social.
Teníamos reserva en un restaurante griego donde nos sirvieron de cenar bastante bien. Al terminar nos dieron a cada una un caramelo con sabor a Ouzo en lugar de ofrecernos un chupito. 
Pudimos volver andando, atravesando los terrenos del museo marítimo que conectan con los dos hoteles. Los tres edificios de la orilla de enfrente se iluminan con luces de colores durante la noche. 
A las once ya estaba en mi habitación. Por fin pude acostarme a una hora decente.

Buenas noches desde Rotterdam.









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