4 oct 2017

Una cateta en Holanda (Día 2)

Ayer me costó un rato quedarme dormida, y eso que la cama es mullida, el edredón y la almohada abrazables. 
Desperté a las seis. Intenté dormir un rato más pero sólo conseguí quedarme en la cama hasta las siete. 
A las ocho y cuarto tomé el metro desde enfrente del hotel hasta La Haya directamente.
Hacía un frío moderado y algo de viento. Pasaban nubes no demasiado sospechosas.
Los viajeros iban todos muy bien peinados y aseados. No como los guarros del avión.
El metro circula subterráneo sólo por Rotterdam. Luego sale a la superficie y te permite observar los muchos canales, los campos verdes, las vacas, unas ovejas descomunales y montones de invernaderos de cristal donde supongo que crecen las flores que convierten a Holanda en el principal productor mundial.
En La Haya necesité de la señora que vive en mi iPhone para llegar andando desde la estación hasta la zona donde se encuentran las cosas que quería ver. Disponía de poco tiempo, así que me decidí por una visita estilo japonés. Todo a la carrera y sin entrar en ningún sitio. 
Pasee por los alrededores del parlamento, por Binnenhof, una serie de edificios administrativos que llevan ahí desde el siglo XV por lo menos. Pasé por la puerta del Mauritshuis, el museo que contiene, entre otras cosas, a la joven de la perla de Vermeer; estuve en Passage, un pasaje comercial de siglo XIX que contiene elegantes tiendas y una chocolatería que vendía zapatos de tacón de chocolate. También estuve en el Apple Store a conocer al nuevo iPhone 8. Muy bonito, pero no.
Di una vuelta por varias calles con muchas tiendas de lujo, jardines, plazas, etc. 
No fui a visitar la playa de Scheveningen porque el día estaba ventoso y empezaron a verse unas nubes poco amistosas en la lejanía.
Es posible que estos días fallezca atropellada por una bicicleta, una moto, un tranvía, un coche o incluso una vaca. Hay momentos en los que es imposible discernir lo que es una acera de por dónde van los vehículos o por dónde te pueden aparecer decenas de bicicletas. Hubo un momento en La Haya en el que tuve que esperar a que se despejara completamente  la calle para atravesar yo. Tampoco me queda claro si las bicis tienen preferencia siempre. Los pasos de cebra parecen no existir para ellas.
Cuando me cansé de La Haya volví caminando a la estación de tren y tomé uno con destino a Delft, a donde llegué en apenas diez minutos.
Desde que salí de la estación me empezó a gustar. Ni un sólo edificio alto, sin apenas ruido de coches. La mayor parte de la arquitectura data del siglo XVII, con estilos góticos y renacentistas y muchos canales. Tienen dos iglesias principales, la vieja y la nueva. Nueva del siglo XVI.
Cuando llegaron los protestantes a Holanda se cepillaron la mayor parte de los símbolos católicos, así que están un poco desnudas para mi gusto.
Delft es la cuna de la porcelana azul y blanca, que te venden por todos sitios en todas sus posibles versiones. 
En la plaza del mercado tuve que guarecerme en un café porque se puso a llover con cierta alegría. Quise tomar una Coca Cola pero no pude. El camarero me miró como si le hubiera pedido cianuro. Miré a mi alrededor y caí en la cuenta de que me había metido en uno de esos antros alternativos donde te sirven comida vegana y bebidas naturales. “¿Un chocolate caliente?”, aventuré. Sí, eso sí era aceptable a los ojos del camarero. 
Me mandó sentar y me trajo un vaso de leche con mucha espuma y un vasito conteniendo muchas grageas de chocolate que tuve que dejar caer dentro de la leche. No estuvo mal.
Mientras hacía tiempo me dediqué a leer el menú. Estuve a un tris de salir corriendo de allí. Le saqué una foto porque supe que no me ibais a creer. Ofrecían bagels rellenas de insectos muertos. Eran gusanos, saltamontes y otras porquerías por el estilo,
Tan pronto amainó el temporal en la calle, salí por patas. 
Paseé por los alrededores de las dos iglesias haciéndome una interesante pregunta. Dado el alto número de bares, de canales y de bicicletas, ¿están los canales llenos de borrachos muertos y bicicletas tiradas? Y otra, ¿a qué se debe el sospechoso color verde de los canales?
Me metí por un pasaje que conducía a una placita con jardines donde las farolas imitaban a la porcelana de Delft. Había allí una tienda como sacada de la postguerra, con su balanza antigua y cajas de productos antiguos. La dueña vendía regaliz y caramelos al peso. 
Desde Delft volví en tren a Rotterdam y luego en metro hasta el hotel. Subí un momento a refrescarme. Enseguida me lancé a la calle a explorar. Tanto a la llegada como a la salida me encontré a miembros de WISTA llegando con sus maletas. Casi todas nos hospedamos en mi hotel y en el de al lado. Están unidos por un pasillo. En el otro están las élites y en el mío la clase trabajadora. En realidad no hay mucha diferencia de precio entre uno y otro, pero sí que nota que hay más pasta invertida en el de al lado.
Anduve por los alrededores del museo marítimo, a pocos metros del hotel. Es un lugar perfecto para los frikis del sector. Tienen grúas antiguas, contenedores, gabarras, y todo tipo de artilugios relacionados con nuestro trabajo. Hasta un faro hay.
Andando por el Makthal, una enorme estructura que contiene viviendas y dentro un mercado gastronómico, me encontré con Wanda, la presidente de WISTA Polonia. Continuamos paseando juntas por dentro y por fuera. Muchos tenderetes de comida española, jamón de Huelva, pescado frito andaluz, tapas, bocatas, etc.
Por fuera vimos un aparcamiento de bicicletas de dos alturas y unas casa muy raras. Estoy encontrando cosas muy raras en este país, muy raras.
Me llamaron por teléfono Sara y María José, dos de las doce miembros de WISTA Spain que este año venimos a la conferencia internacional que comienza mañana. Nos citaron en un lugar donde casualmente también estaban tomando algo tres turcas, entre ellas Nuvara.
Después de los abrazos de rigor nos sentamos a charlar un rato. 
Wanda y yo, que estábamos citadas a un cocktail a partir de las cinco, nos fuimos al hotel un poco antes. Por el camino vimos un bebé de goma sodomizado en el escaparate de una tienda. Ya os digo que esto es todo muy raro.
En el hotel nos registramos para la conferencia. Nos entregaron unas bolsas con montones de merchandising y material que nos va a hacer falta estos días.
Subí a mi habitación y me lo tomé con calma porque llevaba sin parar desde por la mañana temprano.
Bajé al cocktail sobre las seis. Era la despedida de la conferencia Mare Forum, que se celebraba hasta hoy y que estaba combinada con nuestra conferencia. Es de temas financieros que no tienen relación con mi trabajo.
Había unas cuantas miembros de WISTA. Luego llegaron Karin, Jeanne y Alex.
A las siete ellas se fueron a la cena de presidentas de los países WISTA y yo a la cena paralela que organizó la coordinadora del comité de comunicación, al que pertenezco. 
Fuimos a cenar al Markthal, a un restaurante italiano donde nos atendió un turco que nos tuvo sentadas desde las siete y media de la tarde hasta las diez de la noche. El servicio no pudo ser más lento, pero lo pasamos bien poniéndonos al día. Aquello parecía las Naciones Unidas: Suecia, Estados Unidos, Noruega, Turquía, España, Nueva Zelanda y Grecia.
¿Conocéis a alguien de Nueva Zelanda aparte de a los Hobbits? La nuestra tiene los pies de tamaño normal y las orejas redondas.
Después de la cena volvimos paseando al hotel. Nos sentamos en el bar a charlar. Aparecieron Thea, Alex y otra sueca que acababa de llegar. Charlamos y nos reímos hasta casi las doce.
Alex nos contó que tiene una bañera jacuzzi en el centro de su habitación, en el hotel de al lado. Me llevó a verlo. También tiene un bar súper provisto de todo y dos paquetes con juguetes para adultos que no piensa abrir. 
A las doce y media pude por fin acostarme en mi camita.
Buenas noches desde Rotterdam.














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