9 jun 2011

Una cateta en la Gran Manzana (Nueva York, día 1)

Cuando Patricia me propuso hacer este viaje juntas, lo primero que me advirtió es que posiblemente tenga gafe con Nueva York. Su segunda visita a la Gran Manzana tuvo lugar en 2003 y a su llegada se produjo aquel gran apagón que duró 24 horas. La verdad es que no me preocupé mucho. Otra cosa hubiera sido que le hubiera tocado aquí el 11 de Septiembre. En ese caso, no la hubiera traído conmigo ni loca. Lo mismo me tira abajo el Empire State, y eso levanta mucho polvo, que ya lo vimos la otra vez en la tele.
Ya viví la experiencia de viajar con un gafe no hace mucho con motivo de una excursión a esquiar en Sierra Nevada. Fuimos seis amigos y yo. Nos pasó de todo, de todo. Fue una experiencia que nos curtió y dejó una marca indeleble para el resto de nuestras vidas. No hemos vuelto a ir a ningún sitio juntos. Desde entonces me comporto como el perro de Pavlov. Cada vez que emiten una prueba de esquí alpino en televisión lloro desconsoladamente.
Patricia vive en Sevilla, así que decidí ir a dormir a su casa ayer para evitar el madrugón esta mañana. Salí en el portacatetos de las cinco de la tarde y me recogió en la estación de autobuses al poco rato de llegar. Dejamos mi equipaje en su casa y salimos a hacer las últimas compras para el viaje. Cenamos unas tapas en Los Remedios y nos acostamos alrededor de las once. Me costó dormirme de la emoción.
A las siete de la mañana sonó el despertador. Nos arreglamos en un pis pas y a las ocho y cuarto salimos en dirección al aeropuerto. Nos llevó Jorge, un amigo muy simpático de Patricia. Hola, Jorge, que sé que me estás leyendo.
Accedimos a la zona de pasajeros sin mayor incidente. Aprovecho, hablando de incidentes, para contar lo que me sucedió el viernes pasado. Tuve que ir a Valencia y volé con Ryanair. No facturé maleta. Como son tan estrictos en cuanto al tamaño del equipaje de mano, pedí prestado un trolley/mochila a unos amigos cuyos nombres no voy a facilitar, porque el mío es demasiado grande. Cuando lo abrí en casa para llenarlo, me encontré con unas bragas negras dentro. Limpias, estaban limpias. Bien, el caso es que, al pasar el control de equipajes en Sevilla, me mandaron ir a una mesa aparte tras una breve conversación entre los guardias civiles. Un guarda jurado muy suavemente me dijo: “Lleva usted una navaja en la maleta”. En unos pocos segundos, mis pensamientos fueron, en este orden:
1- Chaval, tú estás flipando.
2- Bragas, navaja. Me voy a cagar en los muertos, Pepe.
3- La navaja es mía, “cachis en diez”.
Siempre llevo una navaja en el neceser, que me ha sacado de más de un apuro. Al volver de Estambul no lo vacié, sabiendo que en pocos días iba a tener el viaje a Valencia y luego a Nueva York, así que quedó allí dentro abandonada. Me despojaron de ella y la tiraron en un cubo de basura. Mi navaja, que llevaba conmigo más de 20 años. ¡Snif!
Nuestro avión con destino Lisboa salió a las 11:20 hrs y llegamos a Lisboa a las 11:10 hrs. No es que hiciéramos un viaje en el tiempo, es que en Portugal tienen una hora menos. El avión era uno de esos aparatos diminutos con forma de supositorio donde todo el mundo tiene que andar encorvado para proteger su cabeza.
Nos sirvieron un aperitivo consistente en un bocadillito de pollo, una gelatina de piña con trocitos de fruta y un refresco. Lo trajeron tan tarde que me encontré aterrizando en Lisboa con una Pepsi Cola en una mano y el recipiente de la gelatina en la otra. Pasamos por encima de la ciudad a muy poca altura, así que disfrutamos de una vista estupenda.
Al aterrizar vimos un avión de las líneas aéreas de Mozambique. El símbolo en la cola era una cabra. No creo que me pillen comprando un billete para ir a Maputo.
Tan pronto entramos en la terminal, nos encontramos con que nuestro vuelo a Nueva York estaba retrasado para las 16:20 hrs. Pacientemente recorrimos una a una las tiendas del aeropuerto. En una zapatería vimos los preciosos zapatos de goma que se observan en la foto 1. Si alguien los quiere, que me lo diga y a la vuelta se los compro.
Pasamos el control de pasaportes y buscamos la zona de embarque, donde nos sentamos a descansar un rato en unas comodísimas butacas. Fueron llegando con cuentagotas los pasajeros del vuelo. La verdad es que esperaba un poco más de glamour. Los tres primeros eran aldeanos portugueses como recién salidos de una película de Paco Martínez Soria. Una señora incluso hizo acto de presencia con una bolsa de cuadros propia para ir al mercado a comprar lechugas.
Hacia la una, hora portuguesa, empezamos a sentir hambre y fuimos a comer un bocadillo a la cafetería. En una de las mesas estaba sentado un señor mayor con una botella de medio litro de Matteus vacía. Junto a él, una silla de ruedas plegada. Al cabo de un rato se levantó y fue al mostrador arrastrando una pierna y un brazo. Volvió con un camarero detrás que le llevaba una bandeja con una botella de medio litro de vino tinto y una copa. No tardó el señor en cepillarse la botella. Llegó una pareja de jóvenes portugueses que se sentaron junto a él en la mesa. Por la conversación descubrimos que el señor era francés y que llevaba una buena cogorza encima. Al cabo de un rato, un empleado del aeropuerto vino a recogerlo para llevarlo a su avión. Lo ayudó a subir a la silla de ruedas pensando que el señor estaba muy impedido, cuando lo que estaba era muy borracho.
Habiendo perdido nuestro entretenimiento principal, nos fuimos a la puerta de embarque a hacer tiempo. Tuvimos que pasar otro control de seguridad. Aleatoriamente cacheaban a los pasajeros y les hacían abrir sus equipajes de mano. Nosotras pasamos sin ser detenidas, pero con los norteamericanos se ensañaron. A una chica la obligaron a beber de las dos botellas de agua que llevaba encima para demostrar que no era nitroglicerina o ácido sulfúrico, supongo. A otros les hicieron encender los ordenadores para demostrar que no se trababa de bombas de relojería.
El número de aldeanos portugueses se fue diluyendo entre los turistas y los hombres de negocios.
En la zona de embarque hacía un frío terrible.
A las 15:50, hora portuguesa, empezamos a embarcar. Patricia y yo hicimos el check-in por internet ayer por la noche, así que pudimos escoger dos asientos junto a una puerta de emergencia. Eso te garantiza que no habrá ninguna fila de asientos justo delante, para estirar las piernas a gusto.
Resumen del vuelo:
16:30 (Portugal), 17:30 (España), 11:30 (Nueva York). Despegamos.
17:00 (Port), 18:00 (Esp), 12:00 (NY). Zzzzzzzzzz.
17:15 (Port), 18:15 (Esp), 12:15 (NY). Reparten un formulario para el control de Aduanas. Es la cuarta vez que relleno los mismos datos desde que decidí hacer este viaje. Sospecho que intentan pillarme en un renuncio.
17:30 (Port), 18:30 (Esp), 12:30 (NY). Aparece una azafata con arroz con pollo y chorizo, ensalada de garbanzos, natillas con sabor a goma y un vaso de Pepsi Cola. El arroz con pollo entra a gusto, no porque esté rico, sino porque está caliente. Desde que despegó el avión, estamos envueltas en unas mantas rojas que nos entregaron. Frío que te cagas.
18:00 (Port), 19:00 (Esp), 13:00 (NY). Reparten auriculares para ver una película.
18:10 (Port), 19:10 (Esp), 13:10 (NY). No es una película. Son noticias en portugués.
19:00 (Port), 20:00 (Esp), 14:00 (NY). Partida de Scrabble en el iPad de Patricia. Me mete una paliza mortal.
19:15 (Port), 20:15 (Esp), 14:15 (NY). Comienza una película de Adam Sandler que no vemos porque odiamos a Adam Sandler.
19:30 (Port), 20:30 (Esp), 14:30 (NY). Zzzzzzzzz.
19:45 (Port), 20:45 (Esp), 14:45 (NY). Que paren esto, que yo me bajo.
20:00 (Port), 21:00 (Esp), 15:00 (NY). Probamos todos y cada uno de los juegos en el iPad de Patricia.
20:30 (Port), 21:30 (Esp), 15:30 (NY). Tengo el culo cuadrado.
21:00 (Port), 22:00 (Esp), 16:00 (NY). ¿Cuánto falta?
21:30 (Port), 22:30 (Esp), 16:30 (NY). El señor del asiento de atrás ronca como un cerdo.
21:45 (Port), 22:45 (Esp), 16:45 (NY). Es la sexta vez que el niño de tres filas más atrás va al baño. ¿Qué rayos hace en el baño?
21:57 (Port), 22:57 (Esp), 16:57 (NY). Se me cierran los ojos. Es hora de dormir. Sin embargo, en el exterior brilla un sol radiante. Patricia ha empezado a mirar para dentro.
22:07 (Port), 23:07 (Esp), 17:07 (NY). La gente está empezando a ponerse nerviosa. Vuelve el niño al baño.
22:09 (Port), 23:09 (Esp), 17:09 (NY). Yo me tomaría una Coca Cola. ¡Ah, no, que es Pepsi, y de botella de litro! Dicen que nos van a servir un refrigerio. A ver si es verdad. Aunque sea una Pepsi de botella de litro.
22:30 (Port), 23:30 (Esp), 17:30 (NY). Sándwich de queso con aceitunas destrozadas y viruta de nuez. Estamos comiendo muy raro hoy, ¿no?
23:40 (Port), 00:40 (Esp), 18:40 (NY). Aterrizamos en el aeropuerto de Newark. Al acercarnos he podido ver en la distancia el Empire State y la Estatua de la Libertad.
Salimos del avión en dirección al control de Aduanas, la parte más temida por mí porque me han contado historias de todos los colores. Nos pusimos en la cola y pudimos ver que los funcionarios eran bastante amables pero muy estrictos. La familia del niño del cuarto de baño fue separada en dos. A la madre y a una hija las dejaron pasar sin problemas. Al padre, al niño del baño y a otra hermana los metieron en una sala. Patricia pasó sin mayor problema. A mí me preguntó el funcionario mi profesión. Al contestarle: “Shipping”, me miró, cerró el pasaporte y gritó: “Escolta”. Vino un señor muy grande y me metió en la misma sala que al niño del baño y familia. A Patricia le indiqué por señas que siguiera adelante, recogiera el equipaje y me esperara. En la sala había muchas sillas en fila y un mostrador muy alto donde estaban varios policías. Sudores fríos. Si me deportan me muero. No pasaron ni cinco minutos cuando uno de ellos dijo mi nombre mal dicho con acento hispano. Me levanté como un resorte y me dirigí hacia él con la mejor de mis sonrisas. Sólo me faltó decir: “A sus órdenes”. Me preguntó cuántos días iba a estar aquí, en qué sitios y si había venido sola. Respondí rápidamente, me miró, tomó un sello, lo estampó en el pasaporte y me despidió. Salí de allí echando viruta, por si se arrepentían. Corrí a buscar a Patricia, que ya estaba con las dos maletas y muy tranquila. Pasamos otro control de equipajes por si llevábamos algo de comida en la maleta. Allí estaba Sofía Loren con una mortadela de ocho kilos discutiendo con los funcionarios de aduanas.
Tomamos un tren hasta Penn Station y desde allí un taxi al hotel, muy cerca de Times Square, en la calle 45. Por el camino se desató mi versión más cateta. Saqué la cabeza por la ventanilla del taxi y no paré de mirar hacia arriba, a los rascacielos. Vi un momento el Empire State, iluminado en azul claro y rosa, y el edificio Chrysler. Emoción, gran emoción.
Llegamos al hotel en un momento. Al abrirse el ascensor, salió una chica en bikini. Aquí puede pasar de todo. En el bar del hotel se estaba celebrando una mini fiesta de negros de esos que salen en las películas, que andan raro, llevan sombrero y zapatillas de deporte enormes.
Nos duchamos y, mientras escribo esta crónica, Patricia ya está más muerta que viva. En España son las cuatro de la madrugada. Aquí las diez de la noche.
Un saludo desde Nueva York.

5 comentarios:

cbm64k dijo...

Que os lo paseis muy bien!! Patri (aka cortadora de software) acuerdate de mi cuando veas millones de Ms!! Un besitoo!!

Jorge dijo...

Pues si que es simpático el tal Jorge...puedo dar fé de ello :) Muy bueno lo del cartel de Mortadela..jejejej

Anónimo dijo...

La próxima vez que te pase algo como lo de la navaja, puedes intentar dejarla en una de las cafeterías o locales de la zona de facturación, a continuación llamas a algún conocido, le persona que os llevó, algún taxista, etc, y le dices dónde has dejado el objeto y que si te lo puede recoger. Esto lo sé por experiencia, no porque se me ha ocurrido ahora mismo.
PD: También es cierto que me pasó en el aeropuerto de Asturias, donde tardas 17 segundos en ir desde el control a la cafetería. Que ye que no?

Anónimo dijo...

La navaja se puede mandar comodamente por correo de vuelta casa...

Anónimo dijo...

¿Cómo se puede mandar la navaja, o el objeto que sea, comodamente por correo de vuelta a casa cuando el Guardia Civil la saca de la maleta y te la enseña?
Le dices: un momento Sr Guardia, dejeme aquí apartadita la maleta, que tardo un minuto en buscar una oficina de correos aquí en el aeropuerto y la mando comodamente de vuelta a casa.