En el avión de Miami a Madrid me tocó
sentarme junto a una estudiante española. No le di oportunidad de iniciar la
conversación que se veía que quería mantener conmigo. Me coloqué la almohada
cervical, la capucha de la sudadera, el antifaz, me enrollé en la manta y me
eché a dormir.
Una vez terminé de cenar, me volví a poner
el antifaz y a envolverme en la manta. Estiré las piernas todo lo que pude y me
eché a dormir. Y dormí, vaya si dormí. Creo que desperté un par de veces, pero
no fue grave.
Llevábamos unos cuantos niños en el vuelo.
Dos necesitaron cunas. Las instalaron en la pared de los baños a mitad
del avión. Aunque no lo parezca, debajo de esa cantidad de trastos hay un bebé
durmiendo. Al principio, uno de los bebés no hacía más que asomar la cabeza por
el borde de la cuna. Había mucha luz y mucho ruido durante la cena. No era
capaz de dormirse.
A las seis de la mañana hora de Miami, doce
del mediodía hora de España, una azafata caminó por el pasillo despertándonos
con un “buenos días, vayan bajando las bandejas” que me sentó como una patada
en la boca.
Nos pusieron en la bandejas una de esas
cajitas rojas que tanto valen para merendar como para desayunar conteniendo un
croissant de jamón y queso que estaba seco, una magdalena de manzana, un
paquete de gominolas y una chocolatina diminuta. Se nota cuando la comida no
está preparada en España.
Aterrizamos en Barajas a la una de la
tarde. Casi no se notó cuando las ruedas se posaron sobre la pista.
Al salir del avión vi una de las naves de
Emirates que tiene dos pisos, con duchas para la clase superior, el Airbus
A-380-800. Un trasto enorme.
Intenté quedar con Laura, que aterrizó
media hora antes que yo en el vuelo de Air Europa. No fue posible porque ella
estaba en la T2 y yo no podía entrar allí sin un billete para esa terminal.
Tuvimos que despedirnos por Whatsapp.
Sufría un intenso dolor en el coxis por
haber pasado tantas horas en la misma postura en el asiento del avión.
Me senté junto a una de las estaciones de
recarga que Samsung tiene instaladas en el aeropuerto. La batería de
mi ordenador falleció hace tiempo. No me he molestado en reemplazarla. El pobre
tiene ya ocho años y medio, ha dado la vuelta al mundo conmigo y sigue
funcionando sin un solo pantallazo azul. Pero le cuesta, le cuesta la misma
vida hacer cualquier cosa.

Y luego pusieron el anuncio de la lotería de Navidad. La Navidad a la vuelta
de la esquina y yo en manga corta.

Después de escribiros un rato di una vuelta por el aeropuerto. Aunque hubiera querido compra algo no habría podido porque la tarjeta está muerta cadáver. Me pregunto si Josefa la Grilla me la habrá cogido de la mochila mientras dormía para inutilizarla. Menos mal que llevaba diez euros encima que me sirvieron para comer en McDonalds a las cuatro y media.
La próxima vez que venga a este aeropuerto me voy a pegar la tarjeta de crédito de Iberia en la frente. No menos de cuatro veces me la ofrecieron durante el día las señoritas que están a la caza y captura de clientes.
A las cinco y media comenzó el embarque para Sevilla. Por supuesto, el pasaje se puso en cola como si fueran a quedarse sin sitio.


En el avión me encontré con que mi asiento estaba ocupado por una señora envuelta. Ni ella ni su acompañante hablaban ningún idioma conocido. Tuve que llamar a una azafata para que arreglara el asunto.
Fueron en silencio absoluto la primera parte del viaje. Luego cuchichearon y se rieron bajito. ¿Será que escriben un blog de viajes y se ríen de los pasajeros de al lado?
Los aviones de Iberia Express no llevan pantalla en el respaldo, pero ofrecen acceso desde el móvil o la tableta a una aplicación de entretenimiento. Lo de las películas me parece absurdo porque no da tiempo a verlas. Por algo se llama Express.
Al despegar nos saludó la comandante por megafonía. Guay eso de que haya
comandantes en Iberia.
Aterrizamos a las siete en Sevilla. Mi maleta tardó tanto en salir que
ya la daba por perdida.
Mis taxista favorito me estaba esperando como un clavo a la salida. Nos
tomamos una Coca Cola para ponernos al día.

Llegamos a casa a las nueve de la noche.
Lo primero que hice fue despegarme la ropa del cuerpo como quien se
quita una tirita y meterme de cabeza en la ducha. Han pasado muchas horas desde
que me levanté en el barco el domingo por la mañana.
Lo segundo que hice fue poner la ropa sucia en dos pilas para
empezar a lavar mañana tan pronto resucite. Aunque no son las doce de la noche,
la carroza ya se ha convertido en calabaza.
Lo tercero que hice fue colocar todo mi botín de chocolate encima de la
cama para enseñároslo. No es ninguna tontería. Las tabletas blancas y
marrones pesan medio kilo cada una, lo mismo que la caja marrón con el lazo.
Me ha encantado usar el roaming de Vodafone. Advierto que este blog no
está patrocinado por Vodafone, es que me ha encantado. Estando en Estados
Unidos es como si estuvieras en casa. Voz y datos gratis. Me ha encantado.
Y lo cuarto que voy a hacer es abrazar a mi almohada y echarme a llorar
de la emoción.
Buenas noches desde mi casita.