6 nov 2016

Una cateta en Florida (Día 4)

Ayer por la noche me pareció que llevaba muchos días de vacaciones en Florida, pero como en estos viajes pierdo completamente la noción del tiempo, no le di mucha importancia. La única que se dio cuenta de que pasé del día 2 al 4 saltándome el 3 fue Marta. Gracias, Marta.
Volvemos al día 4, pues. Queda corregido.
Después del ruido de Miami, este pueblo es una bendición. Silencio absoluto y tranquilidad durante toda la noche. Desperté a las cinco. Me quedé en la cama hasta las seis. Hablé con mi madre por Facetime. Mi madre alucina con esto de las video conferencias.
Abrí la ventana para sacar una foto de las vistas. Me sorprendió que sí había ruido exterior: coches circulando, una segadora a toda máquina, un operario del hotel con un taladro. Parece ser que las ventanas de este hotel están hechas a prueba de huracán. De ahí el nivel de aislamiento.
A las ocho y media bajé al Starbucks a buscar algo para desayunar. Me entró por el ojo un bollo con un huevo frito dentro, queso y jamón york. Error, tremendo error. Cuando me lo entregaron, sólo por el olor ya supe que no me iba a sentar del todo bien. El pan estaba grasiento, muy rico pero demasiado grasiento. De verdad que echo de menos mis cuencos de cereales con leche.
Después de comerme aquello y lavarme los dientes, salí a caminar por el paseo marítimo en dirección sur y luego oeste por Las Olas Boulevard.
Hacía un sol de justicia y un calor propio de agosto en España.
En la costa se veían fondeados varios barcos, entre ellos uno de guerra con una forma extrañísima. A saber lo que llevan dentro.
También vi a un seguidor de Donald Trump en persona. Era un señor de unos sesenta años a bordo de un Porsche descapotable color amarillo huevo con una gorra donde se leía TRUMP. No me atreví a sacarle una foto.
Hablando de coches, el nivel de Ferraris por metro cuadrado es bastante alto. Se ven también muchos Ford Mustang descapotables, Porsches y pick ups enormes. En Miami vi uno con cuatro ruedas traseras enormes. Muchos coches hacen un ruido extraño, como cuando les ponían un metrakit a los Vespinos para que sonaran tela de burracos.
Fort Lauderdale es conocida como la Venecia de América por su extenso sistema de canales. Pasé por algunos en mi paseo. En uno de ellos estaban atracados todos los barcos del Boat Show. Había yates verdaderamente impresionantes. Vi uno que debía tener al menos 80 metros de eslora.
Los habitantes primitivos de Fort Lauderdale eran los indios tequesta, a los que los españoles nos cepillamos cuando llegamos cargados de enfermedades desconocidas para ellos, como la viruela. Aún así, nos han dedicado unas cuantas calles. Tenemos Seville Street, Granada Street, Barcelona Street, Alhambra Street, etc.
Aunque en este pueblo es más difícil encontrar gente que hable español, de vez en cuando te encuentras con alguna sorpresa. Cuando ya había pasado de largo me di cuenta de que el letrero tenía algo extraño y tuve que dar marcha atrás para inmortalizarlo.
Tras caminar algo más de una hora llegué al centro de Fort Lauderdale, donde hay unos cuantos edificios altos y una zona de tiendas y bares en edificios de planta baja.
Se empezó a nublar peligrosamente. Vi venir el Suntrolley y lo paré. Es un autobús con forma de tranvía antiguo, todo forrado de madera por dentro, con asientos de lamas de madera. Cuesta un dólar y te lleva desde Las Olas Boulevard hasta la playa. Lo paras donde quieres y te bajas donde quieres. Está subvencionado por el ayuntamiento. Por eso cuesta un dólar, porque aquí con un dólar no vas a ningún lado.
Iban a bordo cuatro personas. Dos resultaron ser un matrimonio de aldeanos de Almería visitando a su hija y su yerno que trabaja aquí. En el trayecto a la señora le dio tiempo de contarme su vida, la de la hija, la del yerno, y demostrarme que era una cateta integral. Cuando subí, otro de los pasajeros, con un español dificultoso estaba intentando contarles cosas de la ciudad. Ella preguntó qué temperatura mínima tenían en invierno. Cuando él respondió que podían bajar hasta los 40 grados, el comentario de la señora fue que eso era mucho calor. El americano la miró con cara alucinada. Entonces intervine yo en la conversación para explicarle a la señora que le estaban dando la temperatura en grados Fahrenheit. Ella insistía en que 40 grados es mucho calor. Inmediatamente cambié de tema para evitar darle un puñetazo en la nariz para intentar espabilarla.
Tan pronto bajé del autobús de madera, eché a correr hacia la puerta del hotel. Un barco de transporte de coches que estaba fondeado esta mañana frente al hotel había desaparecido de la vista porque lo tapaban las mantas de agua que estaban cayendo sobre el mar y que se acercaban rápidamente a la costa. Me encontré a resguardo justo a tiempo.
Subí a la habitación a esperar a que pasara lo peor. Según la predicción metereológica, el resto del día estaría nublado, así que me quité el uniforme de turista, me di una ducha para despegarme la sudada que pillé esta mañana y me puse pantalón largo.
Una vez lista, salí rumbo norte y luego oeste hacia el centro comercial La Galleria. Tardé unos veinte minutos en llegar. No me llovió por el camino.
Estuve echando un vistazo por algunas tiendas y un estudio exhaustivo en Macy’s. No compré nada.
Entré en el Apple Store a comprarle un jersey de silicona a mi nuevo iPhone 7, que llega el martes. Un sujeto tan extranjero como yo estaba pagando siete iPhones.
Alex me hizo el favor de encargarlo hace un mes. Al ser un artículo nuevo, sospeché que no lo iba a encontrar al venir, así que se pidió por adelantado para más seguridad. Efectivamente, no los hay. El sujeto seguramente estaba recogiendo un encargo como el mío.
Comí sólo un bol de arroz frito con una bañera de Coca Cola, sabiendo que iba a cenar temprano.
A las tres y media Alex me recogió en el centro comercial. Fuimos a visitar a su sobrina, que tuvo un bebé el día 1. Me apeteció acompañarla para ver de primera mano cómo es una familia americana.
La sobrina vive en una de esas urbanizaciones donde todo son casas independientes de una planta con terreno alrededor, piscina, sin rejas, con la puerta abierta y los tanques aparcados a la entrada.
Por el camino paramos en un cubano a comprar comida. No lo entendí bien porque no eran horas de comprar comida hecha.
Según llegamos nos sentamos en unos sofás enormes. Había otras visitas, sobrinas, primas, amigas. La comida se puso encima del mostrador de la cocina junto con otras comidas que trajeron las otras visitantes. De vez en cuando se levantaban a coger un plato de plástico y a servirse alitas de pollo o pollo con frijoles o plátanos fritos diminutos.
No me aguanté y pregunté si estaban comiendo, merendando o cenando, porque eran las cuatro y pico de la tarde. Les entró la risa floja. Picoteo, era un picoteo.
Mientras tanto, el bebé pasaba de brazo en brazo. Incluso a mí me lo dejaron coger. El tío ni se inmutaba.
En la enorme tele se veía un partido de fútbol americano. Aproveché para preguntar por qué los jugadores se ponen betún negro en las mejillas, justo debajo de los ojos. Una me contestó que porque queda chulo. Otra me dijo que es para bloquear el reflejo del sol. Andaba yo con eso en la cabeza desde hace años, después de verlo tantas veces en las películas americanas. Vuelvo sin tener muy clara la respuesta.
En el camino de vuelta a bordo del tanque Mercedes de Alex, le advertí que todo aquello iba a salir en mi blog. No le extrañó en absoluto.
Pasamos por su casa para conocer al gato de su marido, que es de su marido y no suyo, quede claro, y a las iguanas de la vecina de enfrente. La vecina se murió y las iguanas campan a sus anchas por la propiedad. La casa está en venta pero no se vende. Vienen los clientes a verla y cuando salen al embarcadero se encuentran con treinta iguanas allí viviendo y la casa no se vende. Hoy, como hace fresco, sólo una se había aventurado a aparecer. Fresco es que hacía una temperatura similar a nuestros veinticinco grados.
Como os podéis imaginar por la foto, Alex vive a la orilla de un canal, con el barco atracado a la puerta de casa. Tiene chimenea en el salón. De adorno. También tiene un gato que no acaba de morirse nunca por muchas ganas que Alex tenga de que el gato pase a mejor vida. Ya le he dicho que lo pinte de verde y se lo eche a las iguanas, que igual lo confunden con una lechuga y se lo comen.
Una vez nos despedimos del gato, fuimos hasta Las Olas Boulevard, a la zona de tiendas, bares y restaurantes. Estuvimos en el hotel Riverside, donde se celebra el primer acto de la conferencia de WISTA. Desde la terraza donde se va a celebrar el cocktail hay unas vistas muy guapas del puerto y los canales. Dentro del hotel hacía un frío siberiano. Tengo que advertir a la gente que venga con un forro polar en la maleta para no morir congeladas.
A las seis, no habiendo hecho Alex la digestión de las alitas de pollo, nos sentamos a cenar en la terraza de un italiano. Estuvimos poniéndonos al día de todos los cotilleos de WISTA, que son muchos.
A las ocho y media me depositó en mi hotel sana y salva. Me gusta esto de hacer vida temprano. Te puedes acostar a buena hora.
No os he contado que aquí viven unas primas de las lagartijas que no van limpiando el suelo con la barriga cuando se desplazan. Se incorporan con las patas delanteras y tienen la cola ensortijada. Ayer vimos unas cuantas en Miami.
Esta noche cambiamos al horario de invierno. Tendremos seis horas de diferencia con España. Mañana despertaré a las cuatro en lugar de las cinco. Habrá que hacer un esfuerzo para estar en la cama un rato más.


Buenas noches desde Fort Lauderdale.

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