14 nov 2016

Una cateta volando (Día 13)

En el avión de Miami a Madrid me tocó sentarme junto a una estudiante española. No le di oportunidad de iniciar la conversación que se veía que quería mantener conmigo. Me coloqué la almohada cervical, la capucha de la sudadera, el antifaz, me enrollé en la manta y me eché a dormir.
Me despertó a las once y media el olor a comida. Me quité el antifaz y acepté el menú de pollo que me ofrecieron. Aquello era como un nugget gigante con mostaza por encima. En el centro tenía un trozo de jamón york. La ensalada era una pasta formada por atún, medio tomate, maíz y guisantes. Lo que me gustó de verdad fue la tarta de queso con fresa por encima. De lo demás sólo comí un poco.
Una vez terminé de cenar, me volví a poner el antifaz y a envolverme en la manta. Estiré las piernas todo lo que pude y me eché a dormir. Y dormí, vaya si dormí. Creo que desperté un par de veces, pero no fue grave.
Llevábamos unos cuantos niños en el vuelo. Dos necesitaron cunas. Las instalaron en la pared de los baños a mitad del avión. Aunque no lo parezca, debajo de esa cantidad de trastos hay un bebé durmiendo. Al principio, uno de los bebés no hacía más que asomar la cabeza por el borde de la cuna. Había mucha luz y mucho ruido durante la cena. No era capaz de dormirse.
A las seis de la mañana hora de Miami, doce del mediodía hora de España, una azafata caminó por el pasillo despertándonos con un “buenos días, vayan bajando las bandejas” que me sentó como una patada en la boca.
Nos pusieron en la bandejas una de esas cajitas rojas que tanto valen para merendar como para desayunar conteniendo un croissant de jamón y queso que estaba seco, una magdalena de manzana, un paquete de gominolas y una chocolatina diminuta. Se nota cuando la comida no está preparada en España.
Aterrizamos en Barajas a la una de la tarde. Casi no se notó cuando las ruedas se posaron sobre la pista.
Al salir del avión vi una de las naves de Emirates que tiene dos pisos, con duchas para la clase superior, el Airbus A-380-800. Un trasto enorme.
Intenté quedar con Laura, que aterrizó media hora antes que yo en el vuelo de Air Europa. No fue posible porque ella estaba en la T2 y yo no podía entrar allí sin un billete para esa terminal. Tuvimos que despedirnos por Whatsapp.
Sufría un intenso dolor en el coxis por haber pasado tantas horas en la misma postura en el asiento del avión.
Me senté junto a una de las estaciones de recarga que Samsung tiene instaladas en el aeropuerto. La batería de mi ordenador falleció hace tiempo. No me he molestado en reemplazarla. El pobre tiene ya ocho años y medio, ha dado la vuelta al mundo conmigo y sigue funcionando sin un solo pantallazo azul. Pero le cuesta, le cuesta la misma vida hacer cualquier cosa.
En el televisor estaban dando las noticias. Desde que embarcamos el miércoles en Port Everglades he estado completamente aislada del mundo. Ahora me acuerdo que tenemos gobierno, que Trump es el próximo presidente de los Estados Unidos y que tengo un trabajo que me está esperando el miércoles. Voy a ver si parte algún vuelo de aquí a Las Bahamas para salir huyendo.
Y luego pusieron el anuncio de la lotería de Navidad. La Navidad a la vuelta de la esquina y yo en manga corta.
Un señor sentado frente a mí utilizaba una lupa para leer en el móvil. Así voy a acabar yo cualquier día.
Después de escribiros un rato di una vuelta por el aeropuerto. Aunque hubiera querido compra algo no habría podido porque la tarjeta está muerta cadáver. Me pregunto si Josefa la Grilla me la habrá cogido de la mochila mientras dormía para inutilizarla. Menos mal que llevaba diez euros encima que me sirvieron para comer en McDonalds a las cuatro y media.
La próxima vez que venga a este aeropuerto me voy a pegar la tarjeta de crédito de Iberia en la frente. No menos de cuatro veces me la ofrecieron durante el día las señoritas que están a la caza y captura de clientes.
A las cinco y media comenzó el embarque para Sevilla. Por supuesto, el pasaje se puso en cola como si fueran a quedarse sin sitio.
Una azafata de Iberia, recién llegada de un vuelo de Tokio, amenazaba a sus hijos por el móvil con no darles sus regalos si no tenían los deberes hechos cuando ella llegara a casa.
En el avión me encontré con que mi asiento estaba ocupado por una señora envuelta. Ni ella ni su acompañante hablaban ningún idioma conocido. Tuve que llamar a una azafata para que arreglara el asunto.
Fueron en silencio absoluto la primera parte del viaje. Luego cuchichearon y se rieron bajito. ¿Será que escriben un blog de viajes y se ríen de los pasajeros de al lado?
Los aviones de Iberia Express no llevan pantalla en el respaldo, pero ofrecen acceso desde el móvil o la tableta a una aplicación de entretenimiento. Lo de las películas me parece absurdo porque no da tiempo a verlas. Por algo se llama Express.
Al despegar nos saludó la comandante por megafonía. Guay eso de que haya comandantes en Iberia.
Aterrizamos a las siete en Sevilla. Mi maleta tardó tanto en salir que ya la daba por perdida.
Mis taxista favorito me estaba esperando como un clavo a la salida. Nos tomamos una Coca Cola para ponernos al día.
A mitad de camino nos encontramos con un atasco. Se había quemado un camión. Cuando pasamos a su altura el incendio estaba extinguido completamente.
Llegamos a casa a las nueve de la noche.
Lo primero que hice fue despegarme la ropa del cuerpo como quien se quita una tirita y meterme de cabeza en la ducha. Han pasado muchas horas desde que me levanté en el barco el domingo por la mañana.
Lo segundo que hice fue poner la ropa sucia en dos pilas para empezar a lavar mañana tan pronto resucite. Aunque no son las doce de la noche, la carroza ya se ha convertido en calabaza.
Lo tercero que hice fue colocar todo mi botín de chocolate encima de la cama para enseñároslo. No es ninguna tontería. Las tabletas blancas y marrones pesan medio kilo cada una, lo mismo que la caja marrón con el lazo.
Me ha encantado usar el roaming de Vodafone. Advierto que este blog no está patrocinado por Vodafone, es que me ha encantado. Estando en Estados Unidos es como si estuvieras en casa. Voz y datos gratis. Me ha encantado.
Y lo cuarto que voy a hacer es abrazar a mi almohada y echarme a llorar de la emoción.

Buenas noches desde mi casita.


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