Ayer por la tarde encontramos
sobre la cama un sobre para cada una con instrucciones para el desembarque.
Siendo cuatro mil personas a bordo entre pasaje y tripulación, es increíble que
no haya aglomeraciones ni sensación de multitud en ningún momento. La logística
para sacarnos del barco ordenadamente implica que cada pasajero tenga unas
etiquetas con un color y un número indicando a qué hora puede salir
del barco dependiendo de estas referencias.
Mi maleta pesó 21 kgs. Mi tío
Jose me regaló por mi cumple un artefacto súper práctico para pesar
equipajes. No me extraña el aumento de peso con respecto a la ida. Llevo casi
dos kilos de chocolate que me trajeron de Suiza y de Turquía.
Desayunamos en el Lido con Laura.
Probamos un croissant relleno de chocolate con avellanas que estaba
espectacular. Y pensar que esta noche tirarán decenas de esos croissanes a la
basura. ¡Qué lástima y qué hambre me está entrando en este momento.
A las ocho y media cerré la maleta,
nos despedimos, me puse en la cola de las etiquetas azules y salí del
barco con destino a la cola de inmigración. La actitud de los policías en
la terminal de cruceros es totalmente distinta a la de los que trabajan en
los aeropuertos, donde te miran con cara de elemento sospechoso. Eso de venir
de Las Bahamas te da una pátina de glamour.
Mientras yo pasaba por todo este
proceso, Alex se tuvo que ir con Karin, Jeanne y Parker sin esperarme. No
cabíamos en el tanque con tanto equipaje. Quedamos en que iría a su casa por mi
cuenta. Intenté tener mi primera experiencia Uber, pero me fue imposible pedir
el coche porque mi tarjeta de crédito ha dejado de funcionar. No es porque
la haya quemado comprando, hay alguna otra misteriosa razón. Gracias
a Yasmina de Suiza, que me lo pidió usando su cuenta, pude salir de allí.
El conductor me fue contando por
el camino que tiene un primo millonario que tiene una pared de cristal
separando el garaje de su casa para poder ver el Ferrari desde el sofá.
Ahora que lo pienso, no sé a santo de qué me contó esa historia.
En casa de Alex me tomé una Pepsi
de cereza. A pesar de ser Pepsi, estaba bastante rica.
Nos sentamos en el embarcadero a ver corretear a las iguanas por la casa de la difunda de enfrente. Digo
corretear porque cuando se enfadan meten el turbo persiguiéndose unas a
otras.
Parker se marchó enseguida. Tenía
por delante cinco horas de coche hasta Jacksonville.
Durante el paseo en barco nos
fueron enseñando las casas de los millonarios con gusto y con gusto cero. Yates
de todos los tamaños navegaban o estaban atracados delante de las mansiones.
Nos bajamos cerca de la playa
para ir a Hooters.
Cuando esperaba en la cola para el control de pasaportes, apareció una miembro de WISTA Holanda. Iba con el abrigo puesto aunque hacía temperatura para manga corta. Le pasa como a mí, que la maleta le encoge a la vuelta aún no habiendo comprado casi nada.
Me hicieron quitar los zapatos y pasar por un escáner corporal, pero no me detuvieron.
Perdí de vista a la holandesa en la cola.
Di una vuelta por las dos lamentables tiendas de la terminal. Alguien me asaltó por la espalda: Kathi Stanzel de INTERTANKO y Julie de WISTA UK. Las acompañé a su puerta de embarque, donde también estaba Rachel.
Volvieron a asaltarme por la espalda. Judy, de República Dominicana estaba con su socio y su marido esperando el vuelo para Santo Domingo.
Cuando dejé a las inglesas me senté con los dominicanos. Su vuelo se retrasó una hora.
Apareció Lena de Suecia al cabo de un rato con una alemana.
A las siete y media nos despedimos.
En mi puerta de embarque había un grupo de peregrinos camino de Roma. Hicieron un círculo y se pusieron a rezar en voz alta.
Más de una hora antes de embarcar estaba la mayoría de pasajeros de pie haciendo cola delante del mostrador. Una jovencita alemana sentada junto a mí me preguntó: "Perdona, ¿por qué hacen cola?" A lo que contesté: "Typical Spanish".
A las diez y veinticinco de la noche despegamos de Miami, diez minutos antes de la hora.
Buenas noches desde el cielo
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