A pesar de haber
dormido sólo tres horas y cuarto, a las seis estábamos despiertas tirándonos
las almohadas. En el camarote había cinco almohadas, como si sobrara el
espacio.
Ayer por la tarde encontramos
sobre la cama un sobre para cada una con instrucciones para el desembarque.
Siendo cuatro mil personas a bordo entre pasaje y tripulación, es increíble que
no haya aglomeraciones ni sensación de multitud en ningún momento. La logística
para sacarnos del barco ordenadamente implica que cada pasajero tenga unas
etiquetas con un color y un número indicando a qué hora puede salir
del barco dependiendo de estas referencias.
En el sobre también nos pedían
que dejáramos el equipaje en la puerta del camarote a medianoche para no tener
que desembarcarlo personalmente. Ni María ni yo hicimos caso. Sumando la
ropa de la cena, el pijama y el neceser, no era posible meterlo todo en el
equipaje de mano. Además, al bajar del baile, según íbamos parando dejando
gente en las distintas cubiertas, nos encontramos a un ejército de filipinos
metiendo equipajes en carros como si se tratara de balas de pajas, cuidado
cero.
Mi maleta pesó 21 kgs. Mi tío
Jose me regaló por mi cumple un artefacto súper práctico para pesar
equipajes. No me extraña el aumento de peso con respecto a la ida. Llevo casi
dos kilos de chocolate que me trajeron de Suiza y de Turquía.
Desayunamos en el Lido con Laura.
Probamos un croissant relleno de chocolate con avellanas que estaba
espectacular. Y pensar que esta noche tirarán decenas de esos croissanes a la
basura. ¡Qué lástima y qué hambre me está entrando en este momento.
A las ocho y media cerré la maleta,
nos despedimos, me puse en la cola de las etiquetas azules y salí del
barco con destino a la cola de inmigración. La actitud de los policías en
la terminal de cruceros es totalmente distinta a la de los que trabajan en
los aeropuertos, donde te miran con cara de elemento sospechoso. Eso de venir
de Las Bahamas te da una pátina de glamour.
Tardé más de media hora en salir.
Tal y como nos instruyó Nicki ayer, declaré el papel con las semillas. El
policía me llevó a una sala donde un oficial de aduanas me estuvo haciendo
preguntas sobre el origen y el destino del papelito. Me preguntó cuántas
pasajeras llevábamos las semillas encima. Cuando le dije que unas 250, me contó
que hasta el momento era la segunda persona que las había declarado. Me las
devolvió y me dejó marchar. Toda la conversación, tanto con el de inmigración
como con el de aduanas, fue en un tono amistoso.
Mientras yo pasaba por todo este
proceso, Alex se tuvo que ir con Karin, Jeanne y Parker sin esperarme. No
cabíamos en el tanque con tanto equipaje. Quedamos en que iría a su casa por mi
cuenta. Intenté tener mi primera experiencia Uber, pero me fue imposible pedir
el coche porque mi tarjeta de crédito ha dejado de funcionar. No es porque
la haya quemado comprando, hay alguna otra misteriosa razón. Gracias
a Yasmina de Suiza, que me lo pidió usando su cuenta, pude salir de allí.
El conductor me fue contando por
el camino que tiene un primo millonario que tiene una pared de cristal
separando el garaje de su casa para poder ver el Ferrari desde el sofá.
Ahora que lo pienso, no sé a santo de qué me contó esa historia.
En casa de Alex me tomé una Pepsi
de cereza. A pesar de ser Pepsi, estaba bastante rica.
Nos sentamos en el embarcadero a ver corretear a las iguanas por la casa de la difunda de enfrente. Digo
corretear porque cuando se enfadan meten el turbo persiguiéndose unas a
otras.
Parker se marchó enseguida. Tenía
por delante cinco horas de coche hasta Jacksonville.
Alex nos propuso ir a dar una
vuelta en un taxi boat por los alrededores. El marido, además de tener un
gato y ser escocés, es un santo. Nos llevó en tanque hasta el embarcadero.
Allí tuve el placer de ver de cerca a una iguana de verdad. Ni se
inmutó cuando me acerqué a sacarme una foto con ella. También
casi tuve el placer de que me cayera un cagallón de iguana en el hombro. Estaba
subida a una palmera justo encima de mí cuando soltó la bomba. Me
pasó a un milímetro de la tragedia. De verdad, hubiera sido una tragedia.
Era una plasta verde potente y consistente.
Durante el paseo en barco nos
fueron enseñando las casas de los millonarios con gusto y con gusto cero. Yates
de todos los tamaños navegaban o estaban atracados delante de las mansiones.
Nos bajamos cerca de la playa
para ir a Hooters.
Vas a vivir tu primera
experiencia Hooters, me dijo Alex. Hooters significa tetas. Hooters es una
cadena de restaurantes llena de pantallas de televisión donde emiten deportes. Las camareras llevan camisetas blancas ajustadas y unos pantalones
rojos que cubren lo justo. Alex pidió 40 alitas de pollo que nos tuvimos que
llevar para comer en su casa por falta de tiempo.
Karin, Jeanne y yo nos fuimos en un Uber al
aeropuerto de Fort Lauderdale. Tras despedirnos y dejarlas allí, la conductora
me acercó a la estación de Tri-Rail, un tren que circula desde Palm Beach hasta
el aeropuerto de Miami.Intenté sacar el billete con la tarjeta de
crédito en una máquina expendedora. Por supuesto, no funcionó. Encontré un
billete sin picar que un alma caritativa dejó colocado para que una afortunada
como yo lo aprovechara.El tren pasó a las tres de la tarde, dejándome
en destino cuarenta minutos después.Pude facturar la maleta a pesar de las horas que faltaban para el embarque.
Cuando esperaba en la cola para el control de pasaportes, apareció una miembro de WISTA Holanda. Iba con el abrigo puesto aunque hacía temperatura para manga corta. Le pasa como a mí, que la maleta le encoge a la vuelta aún no habiendo comprado casi nada.
Me hicieron quitar los zapatos y pasar por un escáner corporal, pero no me detuvieron.
Perdí de vista a la holandesa en la cola.
Di una vuelta por las dos lamentables tiendas de la terminal. Alguien me asaltó por la espalda: Kathi Stanzel de INTERTANKO y Julie de WISTA UK. Las acompañé a su puerta de embarque, donde también estaba Rachel.
Volvieron a asaltarme por la espalda. Judy, de República Dominicana estaba con su socio y su marido esperando el vuelo para Santo Domingo.
Cuando dejé a las inglesas me senté con los dominicanos. Su vuelo se retrasó una hora.
Apareció Lena de Suecia al cabo de un rato con una alemana.
A las siete y media nos despedimos.
En mi puerta de embarque había un grupo de peregrinos camino de Roma. Hicieron un círculo y se pusieron a rezar en voz alta.
Más de una hora antes de embarcar estaba la mayoría de pasajeros de pie haciendo cola delante del mostrador. Una jovencita alemana sentada junto a mí me preguntó: "Perdona, ¿por qué hacen cola?" A lo que contesté: "Typical Spanish".
A las diez y veinticinco de la noche despegamos de Miami, diez minutos antes de la hora.
Buenas noches desde el cielo
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